sábado, 25 de abril de 2015

UNIDAD III. LA INTUICIÓN COMO MÉTODO DE LA FILOSOFÍA.

INTUICIÓN: 

conocimiento directo e inmediato, sin intervención de la deducción o razonamiento.

La intuición se nos ofrece como un medio para llegar al conocimiento de algo, y se contrapone al conocimiento discursivo. Tenemos, pues, esta paradoja de métodos opuestos que son el método discursivo y el método intuitivo.

METODO DISCURSIVO: discurso, discurrir, conocimiento discursivo es, pues, un conocimiento que llega al término apetecido mediante una serie de esfuerzos sucesivos que consiste en ir fijando, por aproximación sucesiva, unas tesis que luego son contradichas, discutidas, por uno consigo mismo, mejoradas, sustituidas por otras nuevas tesis o afirmaciones, y así hasta llegar a abrazar por completo la realidad del objeto y por consiguiente obtener de esta manera el objeto.

METODO INTUITIVO: acto único en el cual se captan las características de un objeto.

La intuición sensible es cuando con una sola mirada percibimos un objeto. Ejemplo: veo un vaso. Es inmediata, es decir, con comunicación directa.

El filósofo necesita tomar como objeto de estudio, objetos que no se dan inmediatamente en la sensación y en la percepción sensible, tiene que tomar por término de su esfuerzo, objetos no sensibles. No puede servirle por consiguiente, la intuición sensible.

Si digo, “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo” (principio de contradicción). No es posible intuir su compresión por intuición sensible.

                            ROJO ≠ AZUL

Es sensible la intuición del rojo y del azul. Pero no es sensible la percepción de la diferencia.

Existe, pues, una intuición espiritual, que se diferencia de la intuición sensible en que su objeto no es objeto sensible.

Hay un género de objetos que son siempre relaciones y estas relaciones son de carácter formal (dimensión-tamaño). Esto sería una intuición formal.

La intuición real, es la que está en contacto con la esencia, existencia, consistencia de los objetos.

La intuición intelectual, es el esfuerzo por captar directamente la esencia de algo.

En la intuición emocional intentamos captar lo que el objeto vale: bueno, malo, bello, feo, etc

La intuición volitiva desentraña no lo que el objeto “es” sino que “es”, que “existe”.

REPRESENTANTES

INTUICIÓN INTELECTUAL: Platón, Descartes.

INTUICIÓN EMOCIONAL: Plotino, San Agustín, Espinosa, Hume.


“La existencia del mundo exterior y la existencia de nuestro propio yo, no puede ser objeto ni de intuición intelectual ni de demostración racional.” Hume.


INTUICIÓN VOLITIVA: Fichte, quien hace depender la realidad del universo y la realidad misma del yo, de una posición voluntaria del yo. El yo voluntariamente se afirma a sí mismo.

domingo, 12 de abril de 2015

EL MÉTODO DE DESCARTES: LA DUDA.

EL MÉTODO DE DESCARTES: LA DUDA.


Descartes comienza el Discurso del método diciendo:

La facultad de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo ¡falso, que es propiamente lo que llamamos ‘buen sentido’ o ‘razón’, es por naturaleza igual en todos los hombres; por lo tanto,
la diversidad de nuestras opiniones no procede de que unos sean más racionales que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por caminos distintos, y no consideramos las mismas cosas. No basta, ciertamente, tener un buen entendimiento: lo principal es aplicarlo bien”.
La cuestión que Descartes se plantea es la construcción de un método que permita aplicar bien el “buen sentido” o “razón” que todos los hombres poseemos “por naturaleza”, o dicho de otro modo, método que nos permita “dirigir” bien nuestra facultad de conocimiento y aumentar nuestro saber.


El método ha de ser, pues, un “conjunto de reglas”, fáciles de usar y que permitan aplicar bien nuestro “buen sentido” o “razón”, haciendo que se acreciente/progrese nuestro conocimiento con el descubrimiento de nuevas verdades.

Nuestra razón (=buen sentido) es capaz por sí misma de distinguir lo verdadero de lo
falso, sin embargo hay factores exteriores a ella (como una educación equivocada o las pasiones que asaltan el alma o la impaciencia por conseguir un resultado, etc.) que perturban su juicio y la llevan a cometer errores (= a tomar por verdadero lo que es falso). De ahí que sea necesaria la existencia de algunas reglas de acuerdo con las cuales guiar/aplicar las dos operaciones básicas de nuestra razón o entendimiento: la intuición y la deducción.

- Por intuición Descartes entiende una actividad puramente racional en virtud de la cual conocemos de modo inmediato (=sin necesidad de razonamiento alguno) la verdad de una proposición; verdad que se nos presenta con tal evidencia que no deja lugar a duda alguna.

- Por deducción, toda inferencia o razonamiento demostrativo en virtud del cual llegamos a concluir alguna verdad a partir de otras verdades ya conocidas.
El método cartesiano está inspirado en el que utilizan las matemáticas, que toman
como punto de partida axiomas evidentes para ir deduciendo teoremas.

En la 2ª parte del Discurso expone Descartes las 4 reglas del método:

1ª) Regla de la evidencia: no se debe aceptar como verdadera afirmación alguna cuya verdad no pueda ser intuída con absoluta evidencia. Dicho de otro modo: sólo hay que admitir como verdaderas aquellas afirmaciones que nuestro pensamiento intuye con tal claridad y distinción que no es posible dudar de ellas en absoluto.

2ª) Regla del análisis: hay que descomponer toda afirmación compleja (=no evidente) en tantas afirmaciones simples como sea necesario para intuir su evidencia.

3ª) Regla de la síntesis: hay que volver a unir mediante alguna cadena de deducciones las afirmaciones simples obtenidas tras el análisis, para conocer la relación lógica que las une en la afirmación compleja.
4ª) Regla de la enumeración: y, por último, hay que comprobar constantemente los pasos dados en el análisis y en la síntesis con el fin de estar seguros de no haber cometido ningún error en ellos.

Son cuatro reglas que persiguen un mismo objetivo: darnos la certeza (=seguridad racional) de que toda investigación científica o filosófica que las utilice alcanzará la verdad por difícil y compleja que pueda parecer. Así pues, nuestro conocimiento de la realidad ha de ser construído deductivamente a partir de ciertas ideas o principios evidentes. Tal método toma como ejemplo o modelo el que utilizan las matemáticas (partir únicamente de axiomas, que son verdades primeras y evidentes, para ir deduciendo de ellos teoremas).
Tal y como aconseja la 1ª regla no hay que admitir como verdadera ninguna afirmación
que no sea evidente, por eso Descartes comienza su filosofía con la duda.
La regla de la evidencia exige aplicar la duda metódicamente, es decir, dudar de todos aquellos conocimientos que poseemos y que no son evidentes. La búsqueda de alguna verdad evidente sobre la que levantar la filosofía, significa, pues, dudar de todos aquellos conocimientos que no sean intuídos con claridad y distinción:

1) Primero hay que dudar de todos aquellos conocimientos que poseemos a través de los
sentidos, pues éstos nos engañan muy a menudo y no es descabellado pensar que en realidad nos engañan constantemente.

2) Que los sentidos sean engañosos permite dudar de que las cosas sean en realidad tal y como las percibimos sensiblemente, pero no permite dudar de que las cosas sean reales, es decir,que existan fuera de mi mente que las percibe. En este punto, Descartes introduce un segundo motivo de duda: cuando soñamos, los objetos soñados se presentan con tanta viveza que los tomamos por reales, y sólo al despertar descubrimos que no existen fuera de nuestra mente soñadora. Del mismo modo, dice Descartes, pudiera ocurrir que nos estemos engañando al creer que las cosas que perciben nuestros sentidos existan realmente fuera de la conciencia; por tanto
no es del todo evidente que este mundo percibido por los sentidos exista en realidad, pues bien pudiera ser un simple sueño nuestro que sólo existe dentro de la conciencia.

3) Ahora bien, que no podamos saber con evidencia si nuestros conocimientos se
refieren a una realidad objetiva existente fuera de nuestro pensamiento o si son solamente algo que no existe más allá de nuestra subjetividad, no permite dudar de la verdad de ciertas ideas matemáticas cuya evidencia no depende de si realmente existe o no el mundo que nos muestran los sentidos, ni de si tiene las cualidades que los sentidos nos muestran. Verdades matemáticas como, por ejemplo, que los tres ángulos de un triángulo suman 180º, parecen absolutamente evidentes con independencia de si estamos despiertos o dormidos. Aquí Descartes introduce un
tercer y último motivo de duda: “Tal vez exista algún genio maligno de extremado
poder e inteligencia que pone todo su empeño en inducirme a error”. Esta hipótesis del “genio maligno” le permite a Descartes extender la duda sobre todos nuestros conocimientos, incluso sobre aquellos que parecen más verdaderos, como son los de las matemáticas, pues viene a decir que, tal vez, nuestro entendimiento es de tal naturaleza que siempre se equivoca cuando cree haber alcanzado alguna verdad.


EDAD MEDIA: LA DISPUTA.

EDAD MEDIA: LA DISPUTA.



El método que siguen los filósofos de la Edad Media no es solamente, como en Aristóteles, la deducción, la intuición racional, sino que además es la contraposición de opiniones divergentes. Santo Tomás cuando examina una cuestión, no solamente deduce principios generales, los principios particulares aplicables a la cuestión, sino que además pone  en columnas separadas las opiniones de los distintos filósofos, que son unas en pro y otras en contra, las pone frente a frente, las critica unas con otras, extrae de ellas lo que puede de haber de verdadero y lo que puede haber de falso.
Ejemplo:
Artículo 2: La existencia de Dios, ¿es o no es demostrable?lat

Objeciones por las que parece que la existencia de Dios no es demostrable:

1. La existencia de Dios es artículo de fe. Pero los contenidos de fe no son demostrables, puesto que la demostración convierte algo en evidente, en cambio la fe trata lo no evidente, como dice el Apóstol en Heb 11,1. Por lo tanto, la existencia de Dios no es demostrable

2. La base de la demostración está en lo que es. Pero de Dios no podemos saber qué es,sino sólo qué no es, como dice el Damasceno. Por lo tanto, no podemos demostrar la existencia de Dios.

3. Si se demostrase la existencia de Dios, no sería más que a partir de sus efectos. Pero sus efectos no son proporcionales a Él, en cuanto que los efectos son finitos y Él es infinito; y lo finito no es proporcional a lo infinito. Como quiera, pues, que la causa no puede demostrarse a partir de los efectos que no le son proporcionales, parece que la existencia de Dios no puede ser demostrada.

Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rom 1,20: Lo invisible de Dios se hace comprensible y visible por lo creado. Pero esto no sería posible a no ser que por lo creado pudiera ser demostrada la existencia de Dios, ya que lo primero que hay que saber de una cosa es si existe.

Respondo: Toda demostración es doble. Una, por la causa, que es absolutamente previa a cualquier cosa. Se la llama: a causa de. Otra, por el efecto, que es lo primero con lo que nos encontramos; pues el efecto se nos presenta como más evidente que la causa, y por el efecto llegamos a conocer la causa. Se la llama: porque. Por cualquier efecto puede ser demostrada su causa (siempre que los efectos de la causa se nos presenten como más evidentes): porque, como quiera que los efectos dependen de la causa, dado el efecto, necesariamente antes se ha dado la causa. De donde se deduce que la existencia de Dios, aun cuando en sí misma no se nos presenta como evidente, en cambio sí es demostrable por los efectos con que nos encontramos.
A las objeciones:

1. La existencia de Dios y otras verdades que de Él pueden ser conocidas por la sola razón natural, tal como dice Rom 1,19, no son artículos de fe, sino preámbulos a tales artículos. Pues la fe presupone el conocimiento natural, como la gracia presupone la naturaleza, y la perfección lo perfectible. Sin embargo, nada impide que lo que en sí mismo es demostrable y comprensible, sea tenido como creíble por quien no llega a comprender la demostración.

2. Cuando se demuestra la causa por el efecto, es necesario usar el efecto como definición de la causa para probar la existencia de la causa. Esto es así sobre todo por lo que respecta a Dios. Porque para probar que algo existe, es necesario tomar como base lo que significa el nombre, no lo que es; ya que la pregunta qué es presupone otra: si existe. Los nombres dados a Dios se fundamentan en los efectos, como probaremos más adelante (q.13 a.1). De ahí que, demostrado por el efecto la existencia de Dios, podamos tomar como base lo que significa este nombre Dios.

3. Por efectos no proporcionales a la causa no se puede tener un conocimiento exacto de la causa. Sin embargo, por cualquier efecto puede ser demostrado claramente que la causa existe, como se dijo. Así, por efectos divinos puede ser demostrada la existencia de Dios, aun cuando por los efectos no podamos llegar a tener un conocimiento exacto de cómo es Él en sí mismo.


Summa teológica, Parte Ia - Cuestión 2


El método aristotélico: la lógica.


ARISTÓTELES:

Para Aristóteles el método de la filosofía es la lógica, o sea la aplicación de las leyes del pensamiento racional que nos permite transitar de una posición a otra posición por medio de los engarces que los conceptos más generales tienen con otros menos generales, hasta llegar a lo particular. Esas leyes del pensamiento racional son, para Aristóteles, el método de la filosofía.

Para Aristóteles, la lógica no es ciencia, sino un instrumento (órganon) para el pensamiento correcto.
El objeto de la lógica es el silogismo. El silogismo no es más que un argumento que consiste en proposiciones de las cuales se puede inferir (sacar) una conclusión. Por lo tanto, no es dar valor a la verdad o falsedad de las proposiciones (frases o premisas), ni la conclusión, sólo para observar la forma en que se constituyó. Es un razonamiento mediado que ofrece el conocimiento de una cosa a partir de otras cosas (buscando, así, una causa).

En sí mismas, las proposiciones o frases declarativas acerca de la realidad, como la justicia, deben seguir tres reglas básicas.

 1 – Principio de identidad: A es A.
 2 – Principio de no contradicción: A es A y no-A al mismo tiempo.
3 – Principio del tercero excluido: A es X o no-X, no hay una tercera posibilidad.

Así, el valor de la verdad o falsedad se da a las proposiciones, pues son inmediatamente evidenciadas. Sin embargo, la lógica opera con argumentos. Las propuestas se clasifican en:

Afirmativas: S es P.
Negativas: S no es P.
Universales: todo S es P (afirmativa) o Ningún S es P (negativa).
 Particulares: algunos S son P (afirmativa) o Algunos S no son P (negativa).
Singulares: cuando el predicado está incluso en el sujeto.

Por ejemplo, todo triángulo posee tres lados. No necesarias o imposibles: el predicado jamás podrá ser atributo de un sujeto. Por ejemplo, ningún triángulo posee cuatro lados. Posibles: el predicado puede o no ser atributo. Por ejemplo: todos los hombres son buenos. El silogismo se compone de al menos dos proposiciones de las cuales se extraen una conclusión. Su forma lógica es la siguiente: A es B, luego B es C (siempre los términos mayor y menor), por tanto, C es A. Tenga en cuenta que el término es el término A, que es sujeto y predicado en una oración en otra. Por lo tanto, no aparece en la conclusión, que demuestra que no es la mediación y que la conclusión es, de hecho, una deducción o inferencia, es decir, en realidad es extraída de la relación entre las premisas.



El silogismo es, por tanto, el estudio de la corrección (validez) o incorrección (invalidez) de los argumentos encadenados según las premisas de las cuales es licito extraer una conclusión. Su validez depende de la Forma y no de la verdad o falsedad de las premisas. De esta manera, es posible distinguir entre argumentos sólidos de los poco sólidos o falsos y que no se nos induzca a engaños.


sábado, 4 de abril de 2015

LOS MÉTODOS. 2° PLATÓN: LA DIALECTICA. MITO DEL CARRO ALADO

PLATÓN: DIALÉCTICA.


Perfecciona la mayéutica de Sócrates y la convierte en lo que él llama dialéctica.

La dialéctica tiene dos momentos:

  • ·         Intuición de la idea.
  • ·     Esfuerzo crítico para esclarecer la intuición de la idea: depuración de los conceptos hasta acercarse lo más posible a la Idea. Pero nunca se obtiene la idea porque esta pertenece a otro mundo, el mundo de las ideas.


La dialéctica consiste, para Platón, en una contraposición de intuiciones sucesivas, que cada una de ellas aspira a ser la intuición plena de la idea, del concepto, de la esencia, pero como no puede serlo, la intuición siguiente contrapuesta a la anterior, rectifica y mejora aquello anterior. Y así sucesivamente, en diálogo o contraposición de una a otra intuición, se llega a la purificación hasta llegar a la verdad absoluta.

Platón: el mito del carro alado

“Cómo es el alma, requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir a qué se parece, es ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se parece a una fuerza  que, como si hubieran nacido juntos, lleva unidos a una yunta alada y a su auriga. Pues bien, los caballos y los cocheros de los dioses son todos ellos buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía una yunta de caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está hecho de esos mismos elementos, y el otro de todo lo contrario, como también su origen. Necesariamente, pues, nos resultará  difícil y duro su manejo.
Y, ahora, precisamente, hay que intentar decir de dónde le viene al viviente la denominación de mortal e inmortal. Todo lo que es alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras otra. Si es perfecta y alada, surca las alturas, y gobierna todo el Cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se asienta y se hace con cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de la fuerza de aquella. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo, y recibe el sobrenombre de mortal. El nombre de inmortal no puede razonarse con palabra alguna; pero no habiéndolo visto ni intuido satisfactoriamente, nos figuramos a la divinidad, como un viviente inmortal, que tiene alma, que tiene cuerpo, unidos ambos, de forma natural, por toda la eternidad. Pero, en fin, que sea como plazca a la divinidad, y que sean estas nuestras palabras.
Consideremos la causa de la pérdida de las alas, y por la que se le desprenden al alma. Es algo así como lo que sigue.
El poder natural del ala es levantar lo pesado, llevándolo hacia arriba, hacia donde mora el linaje de los dioses. En cierta manera, de todo lo que tiene que ver con el cuerpo, es lo que más unido se encuentra a lo divino. Y lo divino es bello, sabio, bueno y otras cosas por el estilo. De esto se alimenta y con esto crece, sobre todo, el plumaje del alma; pero con lo torpe y lo malo y todo lo que le es contrario, se consume y se acaba. Por cierto que Zeus, el poderosos señor de los cielos, conduciendo su alado carro, marcha en cabeza, ordenándolo todo y de todo ocupándose. Le sigue un tropel de dioses y dáimones ordenados en once filas. Pues Hestia (la Tierra) se queda en la morada de los dioses, sola, mientras todos los otros, que han sido colocados en número de doce, como dioses jefes, van al frente de las órdenes a cada uno asignados. Son muchas, por cierto, las beatíficas visiones que ofrece la intimidad de las sendas celestes, caminadas por el linaje de los felices dioses, haciendo cada uno lo que tiene que hacer, y seguidos por los que, en cualquier caso, quieran y puedan. Está lejos la envidia de los coros divinos. Y, sin embargo, cuando van a festejarse a sus banquetes, marchan hacia las empinadas cumbres, por lo más alto del arco que sostiene el cielo, donde precisamente los carros de los dioses, con el suave balanceo de sus firmes riendas, avanzan fácilmente, pero a los otros les cuesta trabajo. Porque el caballo entreverado de maldad gravita y tira hacia la tierra, forzando al auriga que no lo haya domesticado con esmero. Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba. Pues las que se llaman inmortales, cuando han alcanzado la cima, saliéndose fuera, se alzan sobre la espalda del cielo, y al alzarse se las lleva el movimiento circular en su órbita, y contemplan lo que está del otro lado del cielo.
A este lugar supraceleste, no lo ha cantado poeta alguno de los de aquí abajo, ni lo cantará jamás como merece. Pero es algo como esto – ya que se ha de tener el coraje de decir la verdad, y sobre todo cuando es de ella de la que se habla-: porque, incolora, informe, intangible esa esencia cuyo ser es realmente ser, vista sólo por el entendimiento, piloto del alma, y alrededor de la que crece el verdadero saber, ocupa, precisamente, tal lugar. Como la mente de lo divino se alimenta de un entender y saber incontaminado, lo mismo que toda alma que tenga empeño en recibir lo que le conviene, viendo, al cabo del tiempo, el ser, se llena de contento, y en la contemplación de la verdad, encuentra su alimento y bienestar, hasta que el movimiento, en su ronda, la vuelva a su sitio. En este giro, tiene ante su vista a la misma justicia, tiene ante su vista a la sensatez, tiene ante su vista a la ciencia, y no aquella a la que le es propio la génesis, ni la que, de algún modo, es otra al ser en otro – como ese otro que nosotros llamamos entes -, sino esa ciencia que es de lo que verdaderamente es ser. Y habiendo visto, de la misma manera, todos los otros seres que de verdad son, y nutrida de ellos, se hunde de nuevo en el interior del cielo, y vuelve a su casa. Una vez que ha llegado, el cochero detiene los caballos ante el pesebre, les echa pienso, ambrosía, y los abreva con néctar.
Tal es, pues, la vida de los dioses. De las otras almas, la que mejor ha seguido al dios y más se le parece, levanta la cabeza del auriga hacia el lugar exterior, siguiendo, en su giro, el movimiento celeste, pero, soliviantada por los caballos apenas si alcanza a ver los seres. Hay alguna que, a ratos, se alza, a ratos se hunde y, forzada por los caballos, ve unas cosas sí y otras no. Las hay que, deseosas todas de las alturas, siguen adelante, pero no lo consiguen y acaban sumergiéndose en ese movimiento que las arrastra, pateándose y amontonándose, al intentar ser unas más que otras. Confusión, pues, y porfías y supremas fatigas donde, por torpeza de los aurigas, se quedan muchas renqueantes, y a otras muchas se le parten muchas alas. Todas, en fin, después de tantas penas, tienen que irse sin haber podido alcanzar la visión del ser; y, una vez que se han ido, les queda sólo, la opinión por alimento. El por qué de este empeño por divisar dónde está la llanura de la Verdad, se debe a que el pasto adecuado para la mejor parte del alma es el que viene del prado que allí hay, y el que la naturaleza del ala, que hace ligera al alma, de él se nutre.
He aquí ahora la ley de Adrastea: Toda alma que, en el séquito de algún dios, haya vislumbrado algo de lo verdadero, estará indemne hasta el próximo giro y, siempre que haga lo mismo, estará libre de daño. Pero, cuando por no haber podido seguirlo, no lo ha visto, y por cualquier azaroso suceso se va gravitando llena de olvido y dejadez, debido a este lastre, pierde las alas y cae a tierra.
Entonces es de ley que tal alma no se implante en ninguna naturaleza animal, en la primera generación, sino que sea la que más ha visto la que llegue a los genes de un varón que habrá de ser amigo del saber, de la belleza o de las Musas tal vez, y del amor; la segunda, que sea para un rey nacido de leyes o un guerrero y hombre de gobierno; la tercera, para un político o un administrador o un hombre de negocios; la cuarta, para alguien a quien le va el esfuerzo corporal, para un gimnasta, o para quien se dedique a cuidar cuerpos; la quinta habrá de ser para una vida dedicada al arte adivinatorio o a los ritos de iniciación; con la sexta se acoplará un poeta, uno de ésos a quienes les da por la imitación; sea la séptima para un artesano o un campesino, y para un tirano la novena. De entre todos estos casos, aquel que haya llevado una vida justa es partícipe de un mejor destino, y el que haya vivido injustamente, de uno peor. Porque allí mismo de donde partió no vuelve alma alguna antes de diez mil años –ya que no le salen alas antes de ese tiempo -, a no ser en el caso de aquel que haya filosofado sin engaño, o haya amado a los jóvenes con filosofía. Éstas, en el tercer período de mil años, si han elegido tres veces la misma vida, vuelven a cobrar sus alas y, con ellas, se alejan al cumplir esos tres mil años.  Las demás, sin embargo, cuando acabaron su primera vida, son llamadas a juicio y, una vez juzgadas, van a parar a prisiones subterráneas, donde expían su pena; y otras hay que, elevadas por la justicia  a algún lugar celeste, llevan una vida tan digna como la que vivieron cuando tenían forma humana. Al llegar el milenio, teniendo unas y otras que sortear y escoger la segunda existencia, son libres de elegir la que quieran. Puede ocurrir entonces que una alma humana venga a vivir a un animal, y el que alguna vez fue hombre se pase, otra vez de animal a hombre.
Porque nunca el alma que no haya visto la verdad puede tomar figura humana.
En efecto, conviene que el hombre comprenda según lo que se llama “idea”, yendo de muchas sensaciones a una sola cosa  comprendida por el razonamiento. Esto es, por cierto, la reminiscencia de lo que vio, en otro tiempo, nuestra alma, cuando iba de camino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo que ahora decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en realidad. Por eso es justo que sólo la mente del filósofo sea alada, ya que en su memoria y en la medida de lo posible, se encuentra aquello que siempre es y que hace que, por tenerlo delante, el dios sea divino. El varón, pues, que haga uso adecuado de tales recordatorios, iniciado en tales ceremonias perfectas, sólo él será perfecto. Apartado, así, de humanos menesteres y volcado a lo divino, es tachado por el vulgo como de perturbado, sin darse cuenta de que lo que está, es “entusiasmado”,  poseído por un dios”.
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Platón Fedro, 246a y ss. Trad. de Emilio Lledó Iñigo. Gredos, MAdrid, 1986. pp.344y ss.
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UNIDAD II. LOS METODOS. 1° SOCRATES. TEXTO DE SZTANJNSZRAJBER: LA REFUTACION.

UNIDAD II. LOS METODOS.
El que quiere ser filósofo necesitará hacerse como un niño pequeño: admirarse.

Para Platón la primera virtud del filósofo es admirarse. Ese asombro debe convertirse en pregunta, es decir, capacidad para problematizar.

SOCRATES: LA MAYÉUTICA.



Sócrates es en realidad el primer filósofo que nos habla de su método. Sócrates nos cuenta como filosofa.


Su método es la mayéutica: interrogación y pregunta.

41. EL MÉTODO SOCRÁTICO: LA REFUTACIÓN. (¿Para qué sirve la filosofía? D. Szrajnszrajber)

Hacer filosofía es en gran parte un ejercicio de refutación. Cuando Sócrates se enfrenta a sus contrincantes, dialoga minuciosamente con ellos e intenta derribar uno a uno sus argumentos. Este juego con las palabras supone todo el reglamento propio del lenguaje con sus diferentes normativas y sus incorrecciones. En definitiva, las batallas dialécticas suponen el funcionamiento de todo un sistema de reglas que definen quién está venciendo y quién perdiendo, aunque muchas veces la realidad queda de lado. Claro que Sócrates, supuestamente, se distinguía de los sofistas porque todo ese dispositivo argumentativo estaba solamente destinado al hallazgo de la verdad. Y por eso hay un aspecto en la labor socrática puramente disolvente, cuyo objetivo no es otro que desenmascarar la pretensión de monopolio de la verdad por parte de los que ostentan ser los dueños del saber de la época.


Desenmascarar en nombre de la verdad puede ser una manera de repetir la misma impostura que se está cuestionando. Por eso hay un aspecto del quehacer filosófico que se concentra únicamente en tomar los argumentos de los que afirman una supuesta certeza, para ir viendo sus posibles contradicciones y sus posibles absurdos. ¿Qué es el amor? (¿Por qué ni bien un beso me descoloca ya empezamos a hablar del amor?) ¿Es un impulso sexual? ¿Una reacción química? ¿Una dimensión de trascendencia? ¿Un retazo del amor de Dios al mundo? ¿Una manera de sobrevivir? Cualquiera de estas respuestas que podamos dar por ejemplo a esta pregunta, podrá ser seguramente refutada. Como puede ser refutada cualquier respuesta en la medida en que todo lo que decimos no es más que una posible interpretación o construcción discursiva entre muchas otras. Obviamente algunas correrán con mayor ventaja, pero aun en estos casos, siempre se puede vislumbrar el horizonte de otro paradigma o plano o perspectiva desde el cual articular una posible refutación. Si contesto la pregunta por el amor desde la ciencia, se la puede refutar desde la religión. Si contesto la pregunta por el amor desde el arte, se la puede refutar desde la psicología. El problema es que no hay un espacio de convergencia común que pueda dar una respuesta unívoca. Pero la cuestión mayor es que, lo haya o no lo haya, los que siempre hay, sin personajes, fuerzas, clases, que hablan en nombre de ese unívoco. Si alguien conoce la verdad, entonces todo el resto de las afirmaciones que se dicen son claramente falsedades con cierto poder de convencimiento. Y si la verdad no existe, entonces a la inversa, el deber de la filosofía es ejercer una resistencia a través de la sospecha y la refutación permanente de aquellos que se apropian de ella para sojuzgar al resto de las interpretaciones posibles.

Refutar no es más que encontrar argumentos que derrumban el argumento del otro. Pero no es tan simple. Se podría refutar desde el autoritarismo que, aunque parezca una broma, muchas veces se aplica, en especial por haberse borroneado bastante la línea que separa al que tiene autoridad del que es autoritario. Este último necesita negar la voz del otro, simplemente prohibiendo sus argumentos en nombre de cierta naturalidad jerárquica del tipo: “te faltan años de estudio”, o “de este tema vos no sabés nada”, o bien, “los jóvenes no tienen experiencia”, o bien, “tenés que haber pasado por la experiencia para opinar”. Este tipo de refutación no tiene validez pedagógica, que es lo que persigue Sócrates porque no genera en el refutado ningún acto de aprendizaje. En todo caso, podría asumir su supuesta inferioridad. Sacar su cuaderno de notas, anotar la información que le brindan y aprendérsela de memoria. En la refutación, sin embargo, se busca otra cosa. Por eso es directa. Se la lleva con ironía, palabra griega que significa “disimulo”, casi como un rodeo, donde lo que se busca es que aquel que cree saber, implote contra sí mismo haciendo estallar su conocimiento seguro en mil pedazos. Para ello resulta más que necesario la utilización de la ironía en un sentido amplio; esto es, como un camino por el cual en un diálogo vamos llevando al futuro refutado a que por sí mismo vaya haciendo consciente sus propios errores, o en todo caso sus propias zonas ambiguas. A través de preguntas capciosas y debates que no parecen tener que ver con lo que se está directamente discutiendo, es posible llevar al interlocutor a que incurra en flagante contradicción o posiciones absurdas. Y en ese momento, en ese proceso, va sintiendo el desmoronamiento de sus preconceptos casi sumido en una vergüenza pedagógica, ya que comprende por sí mismo el origen de su equivocación, o bien podríamos decir que asume sus argumentos pueden verse tirados abajo por cualquier dispositivo argumentativo que sepa encontrar los aires y fisuras que toda afirmación posee. En ese único momento se produce la catarsis, un insight, la purga de todo “error”, el sacarse de encima aquellos saberes infundados a partir de los cuales se asentaban la supuesta superioridad de conocimientos. Se asume que no sabemos nada.