lunes, 19 de marzo de 2018

COMIENZO Y ORIGEN DE LA FILOSOFÍA

Comencemos leyendo el siguiente pasaje de la novela "El mundo de Sofía":
El sombrero de copa

 ... lo único que necesitamos para convertirnos en buenos filósofos es la capacidad de asombro...

 Sofía dio por sentado que la persona que había escrito las cartas anónimas volvería a ponerse en contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a nadie sobre este asunto. En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el profesor; le parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia. ¿Por qué no hablaba de lo que es el ser humano, o de lo que es el mundo y de cuál fue su origen? Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y en todas partes la gente se interesaba solo por cosas más o menos fortuitas. Pero también había algunas cuestiones grandes y difíciles cuyo estudio era mucho más importante que las asignaturas corrientes del colegio. ¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al menos, le parecía más importante pensar en ellas que estudiarse de memoria los verbos irregulares. Cuando sonó la campana al terminar la última clase, salió tan deprisa del patio que Jorunn tuvo que correr para alcanzarla. Al cabo de un rato Jorunn dijo: – ¿Vamos a jugar a las cartas esta tarde? Sofía se encogió de hombros. –Creo que ya no me interesa mucho jugar a las cartas. Jorunn puso una cara como si se hubiese caído la luna. – ¿Ah, no? ¿Quieres que juguemos al badmington? Sofía mira fijamente al asfalto y luego a su amiga. –Creo que tampoco me interesa mucho el badmington. – ¡Pues vale! Sofía detectó una sombra de amargura en la voz de Jorunn.
¿Me podrías decir entonces qué es lo que tan de repente es mucho más importante? Sofía negó con la cabeza. –Es... es un secreto. – ¡Bah! ¡Seguro que te has enamorado! Anduvieron un buen rato sin decir nada. Cuando llegaron al campo de fútbol, Jorunn dijo: –Cruzo por el campo. «Por el campo. “Ese era el camino más rápido para Jorunn, el que tomaba sólo cuando tenía que irse rápidamente a casa para llegar a alguna reunión o al dentista. Sofía se sentía triste por haber herido a su amiga. ¿Pero qué podría haberle contestado? ¿Qué de repente le interesaba tanto quién era y de donde surge el mundo que no tenía tiempo de jugar al badmington? ¿Lo habría entendido su amiga? ¿Por qué tenía que ser tan difícil interesarse por las cuestiones más importantes y, de alguna manera, más corrientes de todas? Al abrir el buzón notó que el corazón le latía más deprisa. Al principio, solo encontró una carta del banco v unos grandes sobres amarillos para su madre. ¡Qué pena! Sofía había esperado ansiosa una nueva carta del remitente desconocido. Al cerrar la puerta de la verja, descubrió su nombre en uno de los sobres grandes. Al dorso, por donde se abría, ponía: Curso de filosofía. Trátese con mucho cuidado. Sofía corrió por el camino de gravilla y dejó su mochila en la escalera. Metió las demás cartas bajo el felpudo, salió corriendo al jardín y buscó refugio en el Callejón. Ahí tenía que abrir el sobre grande. Sherekan vino corriendo detrás, pero no importaba. Sofía estaba segura de que el gato no se chivaría. En el sobre había tres hojas grandes escritas a máquina y unidas con un clip. Sofía empezó a leer.

¿Qué es la filosofía?

 Querida Sofía. Muchas personas tienen distintos hobbies. Unas coleccionan monedas antiguas o sellos, a otras les gustan las labores, y otras emplean la mayor parte de su tiempo libre en la práctica de algún deporte. A muchas les gusta también la lectura. Pero lo que leemos es muy variado. Unos leen sólo periódicos o cómics, a algunos les gustan las novelas, y otros prefieren libros sobre distintos temas, tales como la astronomía, la fauna o los inventos tecnológicos. Aunque a mí me interesen los caballos o las piedras preciosas, no puedo exigir que todos los demás tengan los mismos intereses que yo. Si sigo con gran interés todas las emisiones deportivas en la televisión, tengo que tolerar que otros opinen que el deporte es aburrido ¿Hay, no obstante, algo que debería interesar a todo el mundo? ¿Existe algo que concierna a todos los seres humanos, independientemente de quiénes sean o de en qué parte del mundo vivan? Sí, querida Sofía, hay algunas cuestiones que deberían interesar a todo el mundo. Sobre esas cuestiones trata este curso. ¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una persona que se encuentra en el límite del hambre, la respuesta será comida. Si dirigimos la misma pregunta a alguien que tiene frío, la respuesta será calor. Y si preguntamos a una persona que se siente sola, la respuesta seguramente será estar con otras personas. Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que todo el mundo necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan que el ser humano no vive sólo de pan. Es evidente que todo el mundo necesita comer. Todo el mundo necesita también amor y cuidados. Pero aún hay algo más que todo el mundo necesita. Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué vivimos. Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos. Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el planeta y la vida aquí, son preguntas más grandes y más importantes que quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos de invierno. La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear algunas preguntas filosóficas: ¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o intención detrás de lo que sucede? ¿Hay otra vida después de la muerte? ¿Cómo podemos solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo: ¿cómo debemos vivir? En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas de este tipo. No se conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber quiénes son los seres humanos y de dónde procede el mundo. En realidad, no son tantas las preguntas filosóficas que podemos hacernos. Ya hemos formulado algunas de las más importantes. No obstante, la historia nos muestra muchas respuestas diferentes a cada una de las preguntas que nos hemos hecho. Vemos, pues, que resulta más fácil hacerse preguntas filosóficas que contestarlas. También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias respuestas a esas mismas preguntas. No se puede consultar una enciclopedia para ver si existe Dios o si hay otra vida después de la muerte. La enciclopedia tampoco nos proporciona una respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora de formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda leer lo que otros han pensado. La búsqueda de la verdad que emprenden los filósofos podría compararse, quizás, con una historia policíaca. Unos opinan que Andersen es el asesino, otros creen que es Nielsen o Jepsen. Cuando se trata de un verdadero misterio policíaco, puede que la policía llegue a descubrirlo algún día. Por otra parte, también puede ocurrir que nunca lleguen a desvelar el misterio. No obstante, el misterio sí tiene una solución. Aunque una pregunta resulte difícil de contestar puede, sin embargo, pensarse que tiene una, y sólo una respuesta correcta. O existe una especie de vida después de la muerte, o no existe. A través de los tiempos, la ciencia ha solucionado muchos antiguos enigmas. Hace mucho era un gran misterio saber cómo era la otra cara de la luna. Cuestiones como ésas eran difícilmente discutibles; la respuesta dependía de la imaginación de cada uno. Pero, hoy en día, sabemos con exactitud cómo es la otra cara de la luna. Ya no se puede «creer que hay un hombre ella luna, o que la luna es un queso. Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir que las preguntas filosóficas surgen por sí solas, opinaba él. Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un par de pañuelos de seda blanca en un conejo vivo? A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío. En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio. P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos fines pelillos para mirar a los ojos al gran prestidigitador. ¿Me sigues, Sofía? Continúa. Sofía estaba agotada. ¿Si le seguía? No recordaba haber respirado durante toda la lectura. ¿Quién había traído la carta? ¿Quién, quién? No podía ser la misma persona que había enviado la postal a Hilde Møller Knag, pues la postal llevaba sello y matasellos. El sobre amarillo había sido metido directamente en el buzón, igual que los dos sobres blancos. Sofía miró el reloj. Sólo eran las tres menos cuarto. Faltaban casi dos horas para que su madre volviera del trabajo. Sofía salió de nuevo al jardín y se fue corriendo hacia el buzón. ¿Y si había algo más? Encontró otro sobre amarillo con su nombre. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Se fue corriendo hacia donde empezaba el bosque y miró fijamente al sendero. Tampoco ahí se veía un alma. De repente, le pareció oír el crujido de alguna rama en el interior del bosque. No estaba totalmente segura, sería imposible, de todos modos, correr detrás si alguien intentaba escapar. Sofía se metió en casa de nuevo y dejó la mochila y el correo para su madre. Subió deprisa a su habitación, sacó la caja grande donde guardaba las piedras bonitas, las echó al suelo y metió los dos sobres grandes en la caja. Luego volvió al jardín con la caja en los brazos. Antes de irse, sacó comida para Sherekan. De vuelta en el Callejón, abrió el sobre y sacó varias nuevas hojas escritas a máquina. Empezó a leer. Un ser extraño Aquí estoy de nuevo. Como ves, este curso de filosofía llegará en pequeñas dosis. He aquí unos comentarios más de introducción. ¿Dije ya que lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es la capacidad de asombro? Si no lo dije, lo digo ahora: LO ÚNICO QUE NECESITAMOS PARA SER BUENOS FILÓSOFOS ES LA CAPACIDAD DE ASOMBRO. Todos los niños pequeños tienen esa capacidad. No faltaría más. Tras unos cuantos meses, salen a una realidad totalmente nueva. Pero conforme van creciendo, esa capacidad de asombro parece ir disminuyendo. ¿A qué se debe? ¿Conoce Sofía Amundsen la respuesta a esta pregunta? Veamos: si un recién nacido pudiera hablar, seguramente diría Veamos: si un recién nacido pudiera hablar, seguramente diría algo de ese extraño mundo al que ha llegado. Porque, aunque el niño no sabe hablar, vemos cómo señala las cosas de su alrededor y cómo intenta agarrar con curiosidad las cosas de la habitación. Cuando empieza a hablar, el niño se para y grita «guau, guau» cada vez que ve un perro. Vemos cómo da saltos en su cochecito, agitando los brazos y gritando «guau, guau, guau, guau». Los que ya tenemos algunos años a lo mejor nos sentimos un poco agobiados por el entusiasmo del niño. «Sí, sí, es un guau, guau», decimos, muy conocedores del mundo, «tienes que estarte quietecito en el coche». No sentimos el mismo entusiasmo. Hemos visto perros antes. Quizás se repita este episodio de gran entusiasmo unas doscientas veces, antes de que el niño pueda ver pasar un perro sin perder los estribos. O un elefante o un hipopótamo. Pero antes de que el niño haya aprendido a hablar bien, y mucho antes de que aprenda a pensar filosóficamente, el mundo se ha convertido para él en algo habitual. ¡Una pena, digo yo! Lo que a mí me preocupa es que tú seas de los que toman el mundo como algo asentado, querida Sofía. Para asegurarnos, vamos a hacer un par de experimentos mentales, antes de iniciar el curso de filosofía propiamente. Imagínate que un día estás de paseo por el bosque. De pronto descubres una pequeña nave espacial en el sendero delante de ti. De la nave espacial sale un pequeño marciano que se queda parado, mirándote fríamente. ¿Qué habrías pensado tú en un caso así? Bueno, eso no importa, ¿pero se te ha ocurrido alguna vez pensar que tú misma eres una marciana? Es cierto que no es muy probable que te vayas a topar con un ser de otro planeta. Ni siquiera sabemos si hay vida en otros planetas. Pero puede ocurrir que te topes contigo misma. Puede que de pronto un día te detengas, y te veas de una manera completamente nueva. Quizás ocurra precisamente durante un paseo por el bosque. Soy un ser extraño, pensarás. Soy un animal misterioso. Es como si te despertaras de un larguísimo sueño, como la Bella Durmiente. ¿Quién soy?, te preguntarás. Sabes que gateas por un planeta en el universo. ¿Pero qué es el universo? Si llegas a descubrirte a ti misma de ese modo, habrás descubierto algo igual de misterioso que aquel marciano que mencionamos hace un momento. No sólo has visto un ser del espacio, sino que sientes desde dentro que tú misma eres un ser tan misterioso como aquél. ¿Me sigues todavía, Sofía? Hagamos otro experimento mental. Una mañana, la madre, el padre y el pequeño Tomas, de dos o tres años, están sentados en la cocina desayunando. La madre se levanta de la mesa y va hacia la encimera, y entonces el padre empieza, de repente, a flotar bajo el techo, mientras Tomás se le queda mirando. ¿Qué crees que dice Tomás en ese momento? Quizás señale a su papá y diga: « ¡Papá está flotando!». Tomás se sorprendería, naturalmente, pero se sorprende muy a menudo. Papá hace tantas cosas curiosas que un pequeño vuelo por encima de la mesa del desayuno no cambia mucho las cosas para Tomás. Su papá se afeita cada día con una extraña maquinilla, otras veces trepa hasta el tejado para girar la antena de la tele, o mete la cabeza en el motor de un coche y la saca negra. Ahora le toca a mamá. Ha oído lo que acaba de decir Tomás y se vuelve decididamente. ¿Cómo reaccionará ella ante el espectáculo del padre volando libremente por encima de la mesa de la cocina? Se le cae instantáneamente el frasco de mermelada al suelo y grita de espanto. Puede que necesite tratamiento médico cuando papá haya descendido nuevamente a su silla. (¡Debería saber que hay que estar sentado cuando se desayuna!) ¿Por qué crees que son tan distintas las reacciones de Tomás y las de su madre? Tiene que ver con el hábito. (¡Toma nota de esto!) La madre ha aprendido que los seres humanos no saben volar. Tomás no lo ha aprendido. El sigue dudando de lo que se puede y no se puede hacer en este mundo. ¿Pero y el propio mundo, Sofía? ¿Crees que este mundo puede flotar? ¿También este mundo está volando libremente? Lo triste es que no sólo nos habituamos a la ley de la gravedad conforme vamos haciéndonos mayores. Al mismo tiempo, nos habituamos al mundo tal y como es. Es como si durante el crecimiento perdiéramos la capacidad de dejarnos sorprender por el mundo. En ese caso, perdemos algo esencial, algo que los filósofos intentan volver a despertar en nosotros. Porque hay algo dentro de nosotros mismos que nos dice que la vida en sí es un gran enigma. Es algo que hemos sentido incluso mucho antes de aprender a pensarlo. Puntualizo: aunque las cuestiones filosóficas conciernen a todo el mundo, no todo el mundo se convierte en filósofo. Por diversas razones, la mayoría se aferra tanto a lo cotidiano que el propio asombro por la vida queda relegado a un segundo plano. (Se adentran en la piel del conejo, se acomodan y se quedan allí para el resto de su vida.) Para los niños, el mundo –y todo lo que hay en él- es algo nuevo, algo que provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de los adultos ve el mundo como algo muy normal. Precisamente en este punto los filósofos constituyen una honrosa excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él o ella, el mundo sigue siendo algo desmesurado, incluso algo enigmático y misterioso. Por lo tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común esa importante capacidad. Se podría decir que un filósofo sigue siendo tan susceptible como un niño pequeño durante toda la vida. De modo que puedes elegir, querida Sofía. ¿Eres una niña pequeña que aún no ha llegado a ser la perfecta conocedora del mundo? ¿O eres una filósofa que puede jurar que jamás lo llegará a conocer? Si simplemente niegas con la cabeza y no te reconoces ni en el niño ni en el filósofo, es porque tú también te has habituado tanto al mundo que te ha dejado de asombrar. En ese caso corres peligro. Por esa razón recibes este curso de filosofía, es decir, para asegurarnos. No quiero que tú justamente estés entre los indolentes e indiferentes. Quiero que vivas una vida despierta. Recibirás el curso totalmente gratis. Por eso no se te devolverá ningún dinero si no lo terminas. No obstante, si quieres interrumpirlo, tienes todo tu derecho a hacerlo. En ese caso, tendrás que dejarme una señal en el buzón. Una rana viva estaría bien. Tiene que ser algo verde también; de lo contrario, el cartero se asustaría demasiado. Un breve resumen: se puede sacar un conejo blanco de un sombrero de copa vacío. Dado que se trata de un conejo muy grande, este truco dura muchos miles de millones de años. En el extremo de los finos pelillos de su piel nacen todas las criaturas humanas. De esa manera son capaces de asombrarse por el imposible arte de la magia. Pero conforme se van haciendo mayores, se adentran cada vez más en la piel del conejo, y allí se quedan. Están tan a gusto y tan cómodos que no se atreven a volver a los finos pelillos de la piel. Solo los filósofos emprenden ese peligroso viaje hacia los límites extremos del idioma y de la existencia. Algunos de ellos se quedan en el camino, pero otros se agarran fuertemente a los pelillos de la piel del conejo y gritan a todos los seres sentados cómodamente muy dentro de la suave piel del conejo, comiendo y bebiendo estupendamente: –Damas y caballeros –dicen–. Flotamos en el vacío. Pero esos seres de dentro de la piel no escuchan a los filósofos. – ¡Ah, qué pesados! –dicen. Y continúan charlando como antes: –Dame la mantequilla. ¿Cómo va la bolsa hoy? ¿A cómo están los tomates? ¿Has oído que Lady Di espera otro hijo? Cuando la madre de Sofía volvió a casa más tarde, Sofía se encontraba en un estado de shock. La caja con las cartas del misterioso filósofo se encontraban bien guardadas en el Callejón. Sofía había intentado empezar a hacer sus deberes, por lo que se quedó pensando y meditando sobre lo que había leído. ¡Había tantas cosas en las que nunca había pensado antes! Ya no era una niña, pero tampoco era del todo adulta. Sofía entendió que ya había empezado a adentrarse en la espesa piel de ese conejo que se había sacado del negro sombrero de copa del universo. Pero el filósofo la había detenido. –El, – ¿o sería ella?– la había agarrado fuertemente y la había sacado hasta el pelillo de la piel donde había jugado cuando era niña. Y ahí, en el extremo del pelillo, había vuelto a ver el mundo como si lo viera por primera vez. El filósofo la había rescatado; de eso no cabía duda. El desconocido remitente de cartas la había salvado de la indiferencia de la vida cotidiana. Cuando su madre llegó a casa, sobre las cinco de la tarde, Sofía la llevó al salón y la obligó a sentarse en un sillón. – ¿Mama, no te parece extraño vivir? –empezó. La madre se quedó tan aturdida que no supo qué contestar. Sofía solía estar haciendo los deberes cuando ella volvía del trabajo. –Bueno –dijo–. A veces sí. – ¿A veces? Lo que quiero decir es si no te parece extraño que exista un mundo. –Pero, Sofía, no debes hablar así. – ¿Por qué no? ¿Entonces, acaso te parece el mundo algo completamente normal? –Pues claro que lo es. Por regla general, al menos. Sofía entendió que el filósofo tenía razón. Para los adultos, el mundo era algo asentado. Se habían metido de una vez por todas en el sueño cotidiano de la Bella Durmiente. – ¡Bah! Simplemente estás tan habituada al mundo que te ha dejado de asombrar –dijo. – ¿Qué dices? –Digo que estás demasiado habituada al mundo. Completamente atrofiada, vamos. –Sofía, no te permito que me hables así. –Entonces, lo diré de otra manera. Te has acomodado bien dentro de la piel de ese conejo que acaba de ser sacado del negro sombrero de copa del universo. Y ahora pondrás las patatas a cocer, y luego leerás el periódico, y después de media hora de siesta verás el telediario. El rostro de la madre adquirió un aire de preocupación. Como estaba previsto, se fue a la cocina a poner las patatas a hervir. Al cabo de un rato, volvió a la sala de estar y ahora fue ella la que empujó a Sofía hacia un sillón. –Tengo que hablar contigo sobre un asunto –empezó a decir. Por el tono de su voz, Sofía entendió que se trataba de algo serio. – ¿No te habrás metido en algo de drogas, hija mía? Sofía se echó a reír, pero entendió por qué esta pregunta había surgido exactamente en esta situación. – ¡Estás loca! –dijo–. Las drogas te atrofian aún más. Y no se dijo nada más aquella tarde, ni sobre drogas, ni sobre el conejo blanco


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ASOMBRO: el primer asombro que recibimos en la vida es la muerte. Cuando uno toma conciencia de la muerte empieza a filosofar. Primero asistimos a la muerte de los otros, ya sea de forma potencial -por ejemplo pensar que pueden morir nuestros padres- o efectiva -cuando muere alguien cercano a nosotros.

Pero cuando se plantea en nuestra conciencia la muerte propia se convierte en algo "personal", allí es donde se produce el origen de la filosofía en cada uno de nosotros.

Esto marca una diferencia entre "repetir" y "pensar". Repetir es una actividad de alguna manera externa. No se arraiga en nuestra parte profunda. Pensar es hijo de la reflexión.

Para pensar:

UNO EMPIEZA A PENSAR LA VIDA CUANDO SE DA POR MUERTO.

La conciencia de la muerte nos convierte en vivientes. La certidumbre personal de la muerte nos humaniza, es decir, nos convierte en verdaderos humanos, en "mortales". Entre los griegos "humano" y "mortal" se decía con la misma palabra.

Las plantas y los animales no son mortales, porque no saben que van a morir, no saben que tienen que morir. Se mueren pero sin conocer nunca su vinculación individual, la de cada uno de ellos con la muerte.

Si la muerte no existiera habría mucho que ver y mucho tiempo para verlo pero muy poco que hacer y nada que pensar...no habría misterio.

Otro asombro es haber nacido.
¿por qué hay algo pudiendo no haber nada?

Ante estos interrogantes hay dos opciones:
  • cierro todo y me voy a dormir la siesta.
  • me angustio.
ANGUSTIA: es otro de los orígenes de la filosofía. La angustia no como simple tristeza sino como perplejidad ante lo inmenso: no decido ni mi nacimiento ni mi muerte.

DUDA: surge luego de comenzar a tomar conciencia del conocimiento ¿será verdad? ¿qué es la verdad? ¿conozco o creo conocer? ¿hay un afuera de mi mismo?

SITUACIÓN LÍMITE: Estamos siempre en situaciones. Las situaciones cambian, las ocasiones se suceden. Si éstas no se aprovechan, no vuelven más. Puedo trabajar por hacer que cambie la situación. Pero hay situaciones por su esencia permanentes, aún cuando se altere su apariencia momentánea y se cubra de un velo su poder sobrecogedor: no puedo menos de morir, ni de padecer, ni de luchar, estoy sometido al acaso, me hundo inevitablemente en la culpa. Estas situaciones fundamentales de nuestra existencia las llamamos situaciones límites. Quiere decirse que son situaciones de las que no podemos salir y que no podemos alterar. La conciencia de estas situaciones límites es, después del asombro y de la duda, el origen, más profundo aún, de la filosofía. En la vida corriente huímos frecuentemente ante ellas cerrando los ojos y haciendo como si no existieran. Olvidamos que tenemos que morir, olvidamos nuestro ser culpables y nuestro estar entregados al acaso. Entonces sólo tenemos que habérnoslas con las situaciones concretas, que manejamos a nuestro gusto y a las que reaccionamos actuando según planes en el mundo, impulsados por nuestros intereses vitales. A las situaciones límites reaccionamos, en cambio, ya velándolas, ya, cuando nos damos cuenta realmente de ellas, con la desesperación y la reconstitución: Llegamos a ser nosotros mismos en una transformación de la conciencia de nuestro ser.