lunes, 12 de febrero de 2018

LA FILOSOFÍA NO SIRVE PARA NADA.





En la época actual de los grandes avances tecnológicos, internet, aceleradores de partículas….¿ qué INFORMACIÓN podemos recibir de la filosofía?
NINGUNA
La filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Por ejemplo recibimos esta noticia con la siguiente información:
“Según la OMS cada día mueren 10.000 niños por desnutrición”
Opiniones posibles:
 -es un desajuste del ciclo macroeconómico global.
-es a causa de la superpoblación;
-es por el injusto reparto de bienes;
-es voluntad de Dios;
-es la fatalidad del destino;
-alguien podría decir: ¡en qué mundo vivimos!
Pero si cambiamos los signos podemos decir:
¿en qué mundo vivimos?
La respuesta científica podría ser:
-En el planeta Tierra
Una respuesta económica:
-en un mundo de injusticia en la distribución de la riqueza
Una respuesta religiosa:
-un mundo de pecadores.
Pero esto: NO EXPLICA QUE SIGNFICA ESTA INFORMACIÓN, NECESITAMOS UNA PREGUNTA FILOSÓFICA.

Diferencia FILOSOFÍA-CIENCIA.
Podemos distinguir tres niveles de entendimiento:
INFORMACIÓN                        Presenta hechos y mecanismos primarios.




CONOCIMIENTO                        Reflexiona sobre la información recibida, jerarquizando
                                             Su importancia y busca principios generales para                
                                             Ordenarlos.





SABIDURÍA                         Vincula el conocimiento con las opciones vitales o con valores
                                      Que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor de
                                    Acuerdo con lo que sabemos.

La Ciencia toma: INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO.
La Filosofía toma: CONOCIMIENTO Y SABIDURÍA.
Tanto la filosofía como la ciencia intentan responder preguntas. Entre sus orígenes estuvieron unidas. Pero…
La ciencia pretende explicar cómo esta hechas las cosas y cómo funcionan y la filosofía se centra en el qué significa para nosotros.
CIENCIA                                                           FILOSOFÍA
-Punto de vista impersonal.                           –El conocimiento tiene un sujeto
-Qué hay y qué sucede                                  -Cómo impacta en nosotros
-Multiplica perspectivas                                  -Enmarca saberes
-busca saberes sin suposiciones                     -Quiere saber si nuestros saberes son
                                                                 Verdaderos o ignorancia disfrazada.
-Se apoya en saberes anteriores                    -Es un camino solitario

Mientras la historia se pregunta por ejemplo : ¿qué sucedió con el hombre en la prehistoria? La filosofía se pregunta ¿qué es el tiempo?
Mientras la matemática se pregunta ¿qué relación hay entre los números racionales? La filosofía se pregunta ¿qué son los números?
Mientras la física se pregunta: ¿cómo es la estructura de un átomo? La filosofía se pregunta ¿cómo podemos saber qué hay dentro de nuestra mente?
Mientras la psicología se pregunta: ¿ cómo aprenden a leer los chicos? La filosofía se pregunta ¿qué es el lenguaje?
La ciencia da SOLUCIONES la filosofía da RESPUESTAS QUE NO SOLUCIONAN.
Las respuestas filosóficas NO solucionan las preguntas de lo real sino que más bien cultivan la pregunta y no ayuda a seguir preguntando.
DOS COSAS IMPORTANTES
1)    Uno puede investigar científicamente por otro pero no puede pensar filosóficamente por otro.
2)    Los avances científicos tienen como objetivo mejorar nuestro conocimiento de la realidad mientras que filosofar ayuda a transformar y ampliar la visión personal del mundo de quien se dedica a esa tarea.




Nos pasamos la vida haciendo preguntas: ¿qué hay esta noche para cenar?, ¿cómo se llama esa chica?, ¿cuál es la tecla de la computadora para «borrar»?, ¿cuánto son cincuenta por treinta?, ¿cuál es la capital de Honduras?, ¿adónde iremos de vacaciones?, ¿quién agarró mi celu?, ¿has estado en París?, ¿a qué temperatura hierve el agua?, ¿me quieres?

Necesitamos hacer preguntas para saber cómo resolver nuestros problemas, o sea, cómo actuar para conseguir lo que queremos. En una palabra, hacemos —y nos hacemos— preguntas para aprender a vivir mejor. Quiero saber qué voy a comer, adónde puedo ir, cómo es el mundo, qué tengo que hacer para viajar en el menor tiempo posible a casa o a donde viven mis amigos, etcétera. Si tengo inquietudes científicas, me gustaría saber cómo hacer volar un avión o cómo curar el cáncer. De la respuesta a cada una de esas preguntas depende lo que haré después: si lo que quiero es ir a Nueva York y pregunto cómo puedo viajar hasta allí, será muy interesante enterarme de que en avión tardaré seis horas, en barco dos o tres días y a nado aproximadamente un año, si los tiburones no lo impiden. A partir de lo que aprendo con esas respuestas tan informativas, decidiré si prefiero comprarme un billete de avión o un traje de baño.

¿A quién tengo que hacer esas preguntas tan necesarias para conseguir lo que quiero y para actuar del modo más práctico posible? Pues deberé preguntar a quienes saben más que yo, a los expertos en cada uno de los temas que me interesan: a los geógrafos si se trata de geografía, a los médicos si es cuestión de salud, a losinformáticos si no sé por qué se me bloquea el ordenador, a la agencia de viajes para organizar lo mejor posible mi paseo por Nueva York, etcétera. Afortunadamente, aunque uno ignore muchas cosas, estamos rodeados de sabios que pueden aclararnos la mayoría de nuestras dudas. Lo importante es acertar con la persona a la que vamos a preguntar. Porque el carpintero no nos servirá de nada en cuestiones informáticas ni el mejor entrenador de fútbol sabrá quizá aclararnos cuál es la ruta más segura para escalar el Everest. De modo que la primera pregunta, anterior a cada una de las demás, es: ¿quién sabe más de esta cuestión que me interesa?, ¿dónde está el experto que puede darme la información útil que necesito? Y en cuanto lo tengamos localizado —sea en persona, en un libro, en Wikipedia o como fuere—, ¡a por él sin contemplaciones, hasta que suelte lo que quiero saber!

Como normalmente pregunto para saber qué debo hacer, en cuanto conozco la respuesta me pongo manos a la obra y la pregunta en sí misma deja de interesarme. ¿A qué temperatura hierve el agua?, pregunto, porque resulta que quiero cocerme un huevo para desayunar. Cuando lo sé, pongo el microondas a esa temperatura y me olvido de lo demás. ¡Ah, y luego me como el huevo! Sólo quiero saber para actuar: cuando ya sé lo que debo hacer, tacho la pregunta y paso a otra cuestión urgente.
Pero… ¿y si de pronto se me ocurre una pregunta que no tiene nada que ver con lo que voy a comer, ni con mis viajes, ni con las prestaciones de mi celular, ni siquiera con la geografía, la física o las demás ciencias que conozco? Una pregunta con la que no puedo hacer nada y con la que no sé qué hacer… ¿entonces, qué?
Vamos con otro ejemplo, para entendernos…  Supón que le preguntas a alguien qué hora es. Se lo preguntas a alguien que tiene un buen reloj, claro. Quieres saber la hora porque vas a tomar un tren o porque tienes que poner la tele cuando empiece tu programa favorito o porque has quedado con los amigos para ir a bailar, lo que prefieras. El dueño del reloj estudia el cacharro que lleva en su muñeca y te responde: «Las seis menos cuarto». Bueno, pues ya está: el asunto de la hora deja de preocuparte, queda cancelado.

Pero imagínate que en lugar de preguntar «¿qué hora es?» se te ocurre la pregunta «¿qué es el tiempo?». Ay, caramba, ahora sí que empiezan las dificultades.
Porque, para empezar, sea el tiempo lo que sea vas a seguir viviendo igual: no saldrás más temprano ni más tarde para ver a los amigos o para tomar el tren. La pregunta por el tiempo no tiene nada que ver con lo que vas a hacer sino más bien con lo que tú eres. El tiempo es algo que te pasa a ti, algo que forma parte de tu vida: quieres saber qué es el tiempo porque pretendes conocerte mejor, porque te interesa saber de qué va todo este asunto —la vida— en el que resulta que estás metido.
Preguntar «¿qué es el tiempo?» es algo parecido a preguntar «¿cómo soy yo?». No es una cuestión nada fácil de responder…
Segunda complicación: si quieres saber qué es el tiempo… ¿a quién se lo preguntas?, ¿a un relojero?, ¿a un fabricante de calendarios? La verdad es que no hay especialistas en el tiempo, no hay «tiempólogos». A lo mejor un científico te habla de la teoría de la relatividad y del tiempo en el espacio interplanetario; un antropólogo puede explicarte las diferentes formas de medir el paso del tiempo que han inventado las sociedades; y un poeta te cantará en verso la nostalgia del tiempo que se fue y de lo que se llevó con él… Pero tú no te conformas con ninguna de esas opiniones parciales porque lo que te gustaría saber es lo que el tiempo realmente es, sea en el espacio interplanetario, en la historia o en tu biografía. ¿De qué va el tiempo… y por qué se va? No hay expertos en este tema, pero en cambio la cuestión puede interesarle a cualquiera como tú, es decir, a cualquier otro ser humano. De modo que no hace falta que te empeñes en encontrar a un sabio para que te resuelva tus dudas: mejor será que hables con los demás, con tus semejantes, con otros preocupados como tú. A ver si entre todos encontráis alguna respuesta válida.
Te señalo otra característica sorprendente de esta interrogación que te has hecho. A diferencia de las demás preguntas, las que dejan de interesarte en cuanto te las contesta el que sabe del asunto, en este caso la cuestión del tiempo te intriga más cuanto más te la intentan responder unos y otros. Las diversas contestaciones aumentan cada vez más tu curiosidad por el tema en lugar de liquidarla: se te despiertan las ganas de preguntar más y más, no de renunciar a preguntar.
Y no creas que se trata sólo de la pregunta por el tiempo; si quieres saber qué es la libertad, o la muerte, o el Universo, o la verdad, o la naturaleza o… algunas otras grandes cosas así, te ocurrirá lo mismo. Como verás, no son ni mucho menos temas «raros»: ¿acaso es una cosa extravagante o insólita la muerte o la libertad? Pero tampoco son preguntas corrientes, o sea que no son prácticas, ni científicas: son preguntas filosóficas. Llamamos «filosofía» al esfuerzo por contestar esas preguntas y por seguir preguntando después, a partir de las respuestas que has recibido o que has encontrado tú mismo. Porque una característica de ponerse en plan filosófico es no conformarse fácilmente con la primera explicación que tienes de un asunto, ni con la segunda, ni siquiera con la tercera o la cuarta.
Encontrarás gente que para todas estas preguntas te va a prometer una respuesta definitiva y total, ya verás. Ellos saben la verdad buena y garantizada sobre cada duda que tengas porque se la contó una noche al oído Dios, o quizá un mago tipo Gandalf o Dumbledore, o un extraterrestre de lo más alucinante con ganas de hacer favores. Los conocerás enseguida porque te dirán que no preguntes más, que no te empeñes en pensar por tu cuenta, que tengas fe ciega y que aceptes lo que ellos te enseñan.
Ningún filósofo auténtico te exigirá que creas lo que no entiendes o lo que él no puede explicarte.
La filosofía es una forma de buscar verdades y denunciar errores o falsedades que tiene ya más de dos mil quinientos años de historia. Cada uno de los filósofos de los que hablaremos pensó sobre asuntos que también te interesan a ti, porque la filosofía se ocupa de lo que inquieta a todos los seres humanos. Pero ellos pensaron según la realidad en que vivieron, que no es igual a la tuya: o sea, las preguntas siguen vigentes en su mayor parte (¿qué es la verdad, la muerte, la libertad, el poder, la naturaleza, el tiempo, la belleza?, etcétera), aunque no conocieron, ni siquiera imaginaron la bomba atómica, los teléfonos móviles, Internet ni los videojuegos. ¿Qué significa esto? Pues que pueden ayudarte a pensar pero no pueden pensar en tu lugar: han recorrido parte del camino y gracias a ellos ya no tienes que empezar desde cero, pero tu vida humana en el mundo en que te ha tocado vivirla tienes que pensarla tú… y nadie más. Esto es lo más importante, para empezar y también para acabar: nadie piensa completamente solo porque todos recibimos ayuda de los demás humanos, de quienes vivieron antes y de quienes viven ahora con nosotros… pero recuerda que nadie puede pensar en tu lugar ni exigir que te creas a pies juntillas lo que dice y que renuncies a pensar tú mismo.

PARA PENSAR

1)    ¿Qué diferencias podés establecer entre las preguntas de orden práctico o cotidiano y la pregunta filosófica?
2)    ¿De qué sirve estudiar filosofía de hace más de 2000 años?
3)    ¿Por ningún filósofo puede pedirte que creas en él?
4)    ¿Por qué nadie puede pensar por vos?


¿Quién eres?

El jardín del Edén

… al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde no había nada de nada…
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn.
Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy
segura de estar de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.
Se habían despedido junto al hipermercado. Sofía vivía al final de una gran urbanización de chalets, y su camino al
instituto era casi el doble que el de Jorunn. Era como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de su jardín
no había ninguna casa más. Allí comenzaba el espeso bosque.
Giró para meterse por el Camino del Trébol. Al final hacía una brusca curva que solían llamar «Curva del Capitán».
Aquí sólo había gente los sábados y los domingos.
Era uno de los primeros días de mayo. En algunos jardines se veían tupidas coronas de narcisos bajo los árboles frutales.
Los abedules tenían ya una fina capa de encaje verde.
¡Era curioso ver cómo todo empezaba a crecer y brotar en esta época del año! ¿Cuál era la causa de que kilos y kilos de
esa materia vegetal verde saliera a chorros de la tierra inanimada en cuanto las temperaturas subían y desaparecían los últimos
restos de nieve?
Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas de propaganda, además de unos sobres
grandes para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su
habitación para hacer los deberes.
A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco, pero no era un padre normal y corriente. El padre de
Sofía era capitán de un gran petrolero y estaba ausente gran parte del año. Cuando pasaba en casa unas semanas seguidas, se
paseaba por ella haciendo la casa más acogedora para Sofía y su madre. Por otra parte, cuando estaba navegando resultaba a
menudo muy distante.
Ese día sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía.
«Sofía Amundsen», ponía en el pequeño sobre. «Camino del Trébol 3.» Eso era todo, no ponía quién la enviaba. Ni
siquiera tenía sello.
En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre. Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña
como el sobre que la contenía. En la notita ponía: ¿Quién eres?
No ponía nada más. No traía ni saludos ni remitente, sólo esas dos palabras escritas a mano con grandes interrogaciones.
Volvió a mirar el sobre. Pues sí, la carta era para ella. ¿Pero quién la había dejado en el buzón?
Sofía se apresuró a sacar la llave y abrir la puerta de la casa pintada de rojo. Como de costumbre, al gato Sherekan le dio
tiempo a salir de entre los arbustos, dar un salto hasta la escalera y meterse por la puerta antes de que Sofía tuviera tiempo de
cerrarla.
—¡Misi, misi, misi!
Cuando la madre de Sofía estaba de mal humor por alguna razón, decía a veces que su hogar era como una casa de fieras,
en otras palabras, una colección de animales de distintas clases. Y por cierto, Sofía estaba muy contenta con la suya. Primero
le habían regalado una pecera con los peces dorados Flequillo de Oro, Caperucita Roja y Pedro el Negro. Luego tuvo los
periquitos Cada y Pizca, la tortuga Govinda y finalmente el gato atigrado Sherekan. Había recibido todos estos animales como
una especie de compensación por parte de su madre, que volvía tarde del trabajo, y de su padre, que tanto navegaba por el
mundo.
Sofía se quitó la mochila y puso un plato con comida para Sherekan. Luego se dejó caer sobre una banqueta de la cocina
con la misteriosa carta en la mano.
¿Quién eres?
En realidad no lo sabía. Era Sofía Amundsen, naturalmente, pero ¿quién era eso? Aún no lo había averiguado del todo.
¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? Anne Knutsen, por ejemplo. ¿En ese caso, habría sido otra?
De pronto se acordó de que su padre había querido que se llamara Synnøve. Sofía intentaba imaginarse que extendía la
mano presentándose como Synnøve Amundsen, pero no, no servía. Todo el tiempo era otra chica la que se presentaba.
Se puso de pie de un salto y entró en el cuarto de baño con la extraña carta en la mano. Se colocó delante del espejo, y se
miró fijamente a sí misma.
—Soy Sofía Amundsen —dijo.
La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo que hiciera Sofía, la otra hacía exactamente lo
mismo. Sofía intentaba anticiparse al espejo con un rapidísimo movimiento, pero la otra era igual de rápida.
—¿Quién eres? —preguntó.
No obtuvo respuesta tampoco ahora, pero durante un breve instante llegó a dudar de si era ella o la del espejo la que
había hecho la pregunta.
Sofía apretó el dedo índice contra la nariz del espejo y dijo:
—Tú eres yo.
Al no recibir ninguna respuesta, dio la vuelta a la pregunta y dijo:
—Yo soy tú.
Sofía Amundsen no había estado nunca muy contenta con su aspecto. Le decían a menudo que tenía bonitos ojos
almendrados, pero seguramente se lo dirían porque su nariz era demasiado pequeña y la boca un poco grande. Además, tenía
las orejas demasiado cerca de los ojos. Lo peor de todo era ese pelo liso que resultaba imposible de arreglar. A veces su
padre le acariciaba el pelo llamándola «la muchacha de los cabellos de lino», como la pieza de música de Claude Debussy.
Era fácil para él, que no estaba condenado a tener ese pelo negro colgando durante toda su vida. En el pelo de Sofía no
servían ni el gel ni el spray.
A veces pensaba que le había tocado un aspecto tan extraño que se preguntaba si no estaría mal hecha. Por lo menos
había oído hablar a su madre de un parto difícil. ¿Era realmente el parto lo que decidía el aspecto que uno iba a tener?
¿No resultaba extraño el no saber quién era? ¿No era también injusto no haber podido decidir su propio aspecto?
Simplemente había surgido así como así. A lo mejor podría elegir a sus amigos, pero no se había elegido a sí misma. Ni
siquiera había elegido ser un ser humano.
¿Qué era un ser humano?
Sofía volvió a mirar a la chica del espejo.
—Creo que me subo para hacer los deberes de naturales —dijo, como si quisiera disculparse. Un instante después, se
encontraba en la entrada.
No, prefiero salir al jardín, pensó.
—¡Misi, misi, misi, misi!
Sofía cogió al gato, lo sacó fuera y cerró la puerta tras ella.
Cuando se encontró en el caminito de gravilla con la misteriosa carta en la mano, tuvo de repente una extraña sensación.
Era como si fuese una muñeca que por arte de magia hubiera cobrado vida.
¿No era extraño estar en el mundo en este momento, poder caminar como por un maravilloso cuento?
Sherekan saltó ágilmente por la gravilla y se metió entre unos tupidos arbustos de grosellas. Un gato vivo, desde los
bigotes blancos hasta el rabo juguetón en el extremo de su cuerpo liso. También él estaba en el jardín, pero seguramente no era
consciente de ello de la misma manera que Sofía.
Conforme Sofía iba pensando en que existía, también le daba por pensar en el hecho de que no se quedaría aquí
eternamente.
Estoy en el mundo ahora, pensó. Pero un día habré desaparecido del todo.
¿Habría alguna vida mas allá de la muerte? El gato ignoraría también esa cuestión por completo.
La abuela de Sofía había muerto hacía poco. Casi a diario durante medio año había pensado cuánto la echaba de menos.
¿No era injusto que la vida tuviera que acabarse alguna vez?
En el camino de gravilla Sofía se quedó pensando. Intentó pensar intensamente en que existía para de esa forma olvidarse
de que no se quedaría aquí para siempre. Pero resultó imposible. En cuanto se concentraba en el hecho de que existía,
inmediatamente surgía la idea del fin de la vida. Lo mismo pasaba a la inversa: cuando había conseguido tener una fuerte
sensación de que un día desaparecería del todo, entendía realmente lo enormemente valiosa que es la vida. Era como la cara y
cruz de una moneda, una moneda a la que daba vueltas constantemente. Cuanto más grande y nítida se veía una de las caras,
mayor y más nítida se veía también la otra. La vida y la muerte eran como dos caras del mismo asunto.
No se puede tener la sensación de existir sin tener también la sensación de tener que morir, pensó. De la misma manera,
resulta igualmente imposible pensar que uno va a morir, sin pensar al mismo tiempo en lo fantástico que es vivir.
Sofía se acordó de que su abuela había dicho algo parecido el día en que el médico le había dicho que estaba enferma.
«Hasta ahora no he entendido lo valiosa que es la vida», había dicho.
¿No era triste que la mayoría de la gente tuviera que ponerse enferma para darse cuenta de lo agradable que es vivir?
¿Necesitarían acaso una carta misteriosa en el buzón?
Quizás debiera mirar si había algo más en el buzón. Sofía corrió hacia la verja y levantó la tapa verde. Se sobresaltó al
descubrir un sobre idéntico al primero. ¿Se había asegurado de mirar si el buzón se había quedado vacío del todo la primera
vez?
También en este sobre ponía su nombre. Abrió el sobre y sacó una nota igual que la primera.
¿De dónde viene el mundo?, ponía.
No tengo la más remota idea, pensó Sofía. Nadie sabe esas cosas, supongo. Y sin embargo, Sofía pensó que era una
pregunta justificada. Por primera vez en su vida pensó que casi no tenía justificación vivir en un mundo sin preguntarse
siquiera de dónde venía ese mundo.
Las cartas misteriosas la habían dejado tan aturdida que decidió ir a sentarse al Callejón.
El Callejón era el escondite secreto de Sofía. Sólo iba allí cuando estaba muy enfadada, muy triste o muy contenta. Ese
día sólo estaba confundida.
La casa roja estaba dentro de un gran jardín. Y en el jardín había muchos parterres, arbustos de bayas, diferentes frutales,
un gran césped con mecedora e incluso un pequeño cenador que el abuelo le había construido a la abuela cuando perdió a su
primer hijo, a las pocas semanas de nacer. La pobre pequeña se llamaba Marie. En la lápida ponía: «La pequeña Marie llegó,
nos saludó y se dio la vuelta».
En un rincón del jardín, detrás de todos los frambuesos, había una maleza tupida donde no crecían ni flores ni frutales. En
realidad, era un viejo seto que servía de frontera con el gran bosque, pero nadie lo había cuidado en los últimos veinte años, y
se había convertido en una maleza impenetrable. La abuela había contado que el seto había dificultado el paso a las zorras que
durante la guerra venían a la caza de las gallinas que andaban sueltas por el jardín.
Para todos menos para Sofía, el viejo seto resultaba tan inútil como las jaulas de conejos dentro del jardín. Pero eso era
porque no conocían el secreto de Sofía.
Desde que Sofía podía recordar, había conocido la existencia del seto. Al atravesarlo encogida, llegaba a un espacio
grande y abierto entre los arbustos. Era como una pequeña cabaña. Podía estar segura de que nadie la encontraría allí.
Sofía se fue corriendo por el jardín con las dos cartas en la mano. Se tumbó para meterse por el seto. El Callejón era tan
grande que casi podía estar de pie, pero ahora se sentó sobre unas gruesas raíces. Desde allí podía mirar hacia fuera a través
de un par de minúsculos agujeros entre las ramas y las hojas. Aunque ninguno de los agujeros era mayor que una moneda de
cinco coronas, tenía una especie de vista panorámica de todo el jardín. De pequeña, le gustaba observar a sus padres cuando
andaban buscándola entre los árboles.
A Sofía el jardín siempre le había parecido un mundo en sí. Cada vez que oía hablar del jardín del Edén en el Génesis, se
imaginaba sentada en su Callejón contemplando su propio paraíso.
«¿De dónde viene el mundo?»
Pues no lo sabía. Sofía sabía que la Tierra no era sino un pequeño planeta en el inmenso universo. ¿Pero de dónde venía
el universo?
Podría ser, naturalmente, que el universo hubiera existido siempre; en ese caso, no sería preciso buscar una respuesta
sobre su procedencia. ¿Pero podía existir algo desde siempre? Había algo dentro de ella que protestaba contra eso. Todo lo
que es, tiene que haber tenido un principio, ¿no? De modo que el universo tuvo que haber nacido en algún momento de algo
distinto.
Pero si el universo hubiera nacido de repente de otra cosa, entonces esa otra cosa tendría a su vez que haber nacido de
otra cosa. Sofía entendió que simplemente había aplazado el problema. Al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún
momento de donde no había nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan imposible como pensar que el mundo
había existido siempre?
En el colegio aprendían que Dios había creado el mundo, y ahora Sofía intentó aceptar esa solución al problema como la
mejor. Pero volvió a pensar en lo mismo. Podía aceptar que Dios había creado el universo, ¿pero y el propio Dios, qué? ¿Se
creó él a sí mismo partiendo de la nada? De nuevo había algo dentro de ella que se rebelaba. Aunque Dios seguramente pudo
haber creado esto y aquello, no habría sabido crearse a sí mismo sin tener antes un «sí mismo» con lo que crear. En ese caso,
sólo quedaba una posibilidad: Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había rechazado esa posibilidad! Todo lo que
existe tiene que haber tenido un principio.
—¡Caray!
Vuelve a abrir los dos sobres.
«¿Quién eres?»
«¿De dónde viene el mundo?»
¡Qué preguntas tan maliciosas! ¿Y de dónde venían las dos cartas? Eso era casi igual de misterioso.
¿Quién había arrancado a Sofía de lo cotidiano para de repente ponerla ante los grandes enigmas del universo?
Por tercera vez Sofía se fue al buzón.
El cartero acababa de dejar el correo del día. Sofía recogió un grueso montón de publicidad, periódicos y un par de
cartas para su madre. También había una postal con la foto de una playa del sur. Dio la vuelta a la postal. Tenía sellos
noruegos y un sello en el que ponía «Batallón de las Naciones Unidas». ¿Sería de su padre? ¿Pero no estaba en otro sitio?
Además, no era su letra.
Sofía notó que se le aceleraba el pulso al leer el nombre del destinatario: «Hilde Møller Knag c/o Sofía Amundsen,
Camino del Trébol 3…». La dirección era la correcta. La postal decía:
Querida Hilde. Te felicito de todo corazón en tu decimoquinto cumpleaños. Como puedes ver, quiero hacerte un regalo
con el que podrás crecer. Perdóname por enviar la postal a Sofía. Resulta más fácil así.
Con todo cariño, papá.
Sofía volvió corriendo a la cocina. Sentía como un huracán dentro de ella.
¿Quién era esa «Hilde» que cumplía quince años poco más de un mes antes del día en que también ella cumplía quince
años?
Sofía cogió la guía telefónica de la entrada. Había muchos Møller, también algunos Knag. Pero en toda esa gruesa guía
telefónica no había nadie que se llamara Møller Knag.
Volvió a estudiar la misteriosa postal. Sí, era auténtica, con sello y matasellos.
¿Por qué un padre iba a enviar una felicitación a la dirección de Sofía cuando estaba clarísimo que iba destinada a otra
persona? ¿Qué padre privaría a su hija de la ilusión de recibir una tarjeta de cumpleaños enviándola a otras señas? ¿Por qué
resultaba «más fácil así»? Y ante todo: ¿cómo encontraría a Hilde?
De esta manera Sofía tuvo otro problema más en que meditar. Intentó ordenar sus pensamientos de nuevo:
Esa tarde, en el transcurso de un par de horas, se había encontrado con tres enigmas. Uno era quién había metido los dos
sobres blancos en su buzón. El segundo era aquellas difíciles preguntas que presentaban esas cartas. El tercer enigma era
quién era Hilde Møller Knag y por qué Sofía había recibido una felicitación de cumpleaños para aquella chica desconocida.
Estaba segura de que los tres enigmas estaban, de alguna manera, relacionados entre sí, porque justo hasta ese día había
tenido una vida completamente normal.


El jardín del Eden
El Mundo de Sofía
Jostein Gaarder

domingo, 11 de febrero de 2018

PROGRAMA 2018


CONTENIDOS:
BLOQUE 1 (PRIMER TRIMESTRE) QUÉ ES LA FILOSOFÍA.
UNIDAD I
·         El conjunto de la filosofía: distintas definiciones, la disciplina filosófica. La ciencia y la filosofía. Disciplinas filosóficas.
·         Orígenes de la filosofía
·         La filosofía en la perspectiva de la historia de la filosofía.
UNIDAD II
·        Sócrates. Platón. Aristóteles.

BLOQUE 2 (SEGUNDO TRIMESTRE) LOGICA-GNOSEOLOGÍA-EPISTEMOLOGÍA
UNIDAD IV
·         Lenguaje: comunicación y lenguaje, dimensiones. Comunicación no verbal.
·         Lógica: informal y formal.
UNIDAD V
·         Fuentes del conocimiento.
·         Problemas gnoseológicos.
·         Criterios de verdad.
UNIDAD VI
·         Qué es la epistemología.
·         Breve desarrollo histórico.
·         Clasificación de las ciencias.
·         Teorías epistemológicas.

BLOQUE 3 (TERCER TRIMESTRE) ANTROPOLOGÍA-ETICA-ESTETICA
UNIDAD VII
·         Algunos planteos epistemológicos.
·         Algunas respuestas a los problemas planteados.
·         Nociones de organización socio-política.
UNIDAD VIII
·         El problema ético
·         Grandes respuestas teóricas.
·         Etica aplicada.
UNIDAD IX
·         Sentido del arte.
·         Qué es la belleza



·         El problema en la actualidad,