jueves, 17 de marzo de 2022

Contra la deconstrucción masculina

 Contra la deconstrucción masculina 

No puede haber “hombres  

deconstruidos”. No se deconstruye un  

cuerpo, se deconstruyen los conceptos  

que se inscriben sobre él. 

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MASCULINIDADES 

Contra la deconstrucción masculina 

No puede haber “hombres  

deconstruidos”. No se deconstruye un  

cuerpo, se deconstruyen los conceptos  

que se inscriben sobre él. 

53 Asamblea de los conductores de  Metro DAVID F. SABADELL 

Lionel S. Delgado 

@Lio_Delg 

30 ABR 2019 06:50 

Juguemos a esto: buscad artículos sobre  

“deconstrucción de la masculinidad” en la  

web y contad cuántos ponen esa palabra  

sólo en el título pero no la vuelven a  

repetir en el texto, o la repiten pero no la  

definen. Si conseguís más de cinco  

artículos que no caigan en este problema,  

os invito a una cerveza. Lo prometo. 

La deconstrucción se ha vuelto una de las  

palabras más utilizadas en el argot del  

feminismo. “Deconstruir” parece que se  

refiere a “remediar”, “cuestionar”,  

“criticar”. Pero no está claro. “Deconstruir  

la masculinidad” es el concepto más  

repetido en cualquier discurso crítico con  

los modelos de ser hombre, pero pocas 

veces (o ninguna) nos hemos puesto a  pensar qué significa. 

Mención aparte merece el artículo de  Raimon Ribera y Josep Artés, Adiós al  macho: sobre micromachismos y  deconstrucción, en el que analizan  filosóficamente el concepto relacionándolo  con el feminismo. Pero creo que se  quedan cortos. Lo que hacen (muy bien)  es definir el término, dejando de lado la  aplicación del concepto a la masculinidad.  “Deconstruir la masculinidad” es para  estos autores “transgredir” las  masculinidades, “detectando” y  “tachando” todos aquellos  micromachismos que se han ido  sedimentando en las subjetividades a lo  largo de los años. Pero esto resulta  demasiado amplio para ser operativo.  Para los que llevamos un tiempo en esto  de la crítica de las masculinidades,  “detectar” y “tachar” son dos cosas muy  distintas. Y sin embargo, repetimos una y  otra vez “deconstruirnos” sin saber  exactamente cómo traducir eso en  acciones. 

Qué es la deconstrucción 

El concepto, nacido del trabajo del filósofo  argelino Jacques Derrida, surge en los  setenta con el intento de reevaluar el  conjunto de saberes occidentales. Nace  como herramienta para visibilizar lo que  los discursos hegemónicos dejaron  históricamente en las sombras. La  deconstrucción va contra la centralización  del poder y abre la posibilidad para que lo  heterogéneo emerja. 

Originariamente, es un mecanismo de re lectura de textos a través de la  descomposición y fragmentación. Se  disloca la arquitectura de un texto  analizando estratos de sentidos y  revelando así las herencias ocultas. Es  decir, es una genealogía estructurada de  los conceptos que nos habitan. La  

deconstrucción es, pues, contradicción.  Una lectura subversiva y no dogmática de  los textos en un sentido amplio: textos  literarios pero también la cultura como  texto, el cuerpo como texto, la política  como texto… Deconstruir es traer lo  heterogéneo a la mesa, destruyendo la  univocidad. Tras una voz única existen  otras voces invisibilizadas. 

Deconstruir es traer lo  

heterogéneo a la mesa,  

destruyendo la  

univocidad. Tras una  

voz única existen otras  

voces invisibilizadas 

Deconstruir es abrir en canal para revelar  los procesos de formación. Des sedimentar los conocimientos y discursos  para revelar lo que la historia ha ocultado  y reprimido. Deconstruir es desmontar un  reloj para revelar la forma en las partes  fueron formadas, permitiendo analizar  mecanismos de funcionamiento, herencias  pasadas, piezas ocultas. 

Para aplicarlo al género, podemos recurrir  a la célebre Judith Butler, que recoge la  idea de deconstrucción para entender la  artificialidad del género y realizar un  desplazamiento en las prácticas  corporales. Deconstruir es romper  categorías. Pero, en el caso de Butler,  deconstruir no es sólo derribar, sino  también construir, construir desplazando  los conceptos hegemónicos. 

Si lo aplicamos a la deconstrucción de la  masculinidad, el concepto se refiere al  proceso de cuestionamiento y crítica de  los valores patriarcales aprendidos  durante el proceso de socialización. Sería  básicamente cuestionar los valores  tradicionales asociados a la masculinidad:  potencia viril, competitividad,  paternalismos, etcétera, etcétera,  etcétera. Pero recalco lo de “deconstruir 

valores”. Por ello hay que entender que no  puede haber “hombres deconstruidos”. No  se deconstruye un cuerpo, se  deconstruyen los conceptos que se  inscriben sobre él. Se analizan los  procesos por los cuales se construyen las  prácticas de género, pero no hay algo así  como un Lionel deconstruido. Sin embargo, se ha abusado del concepto  hasta llegar al punto de poder decir  “fulanito está más deconstruido que  menganito”, como si la tarea estuviese ya  hecha, o como si se pudiesen medir  niveles. Es necesario, pues, repensar el  concepto, y para ello es útil visibilizar sus  límites. 

LOS LÍMITES 

Resulta que la deconstrucción, por  definición, no destruye. Enseña. Es una  herramienta cognitiva que aporta  información. De hecho, ni siquiera  sentencia: permite entender. En esencia,  la deconstrucción no es moral, no define  qué está bien y qué no: solo revela las  formas por las que se crean conceptos,  ideas, prácticas. 

Respecto a la masculinidad, la  deconstrucción debería permitir visualizar  los privilegios masculinos a través de dos  procesos: uno hacia fuera y otro hacia  dentro. 

Hacia fuera, la deconstrucción, debería  hacer que los hombres fuésemos  conscientes de la invisibilización histórica  de otras voces y nos llevase, por lo tanto,  a la escucha como posición política.  Tenemos que escuchar para entender  cuánto daño han sufrido (y sufren)  nuestras compañeras y el resto de  colectivos oprimidos. Pero una vez  escuchado, ¿qué? 

Aquí aparece la deconstrucción hacia  dentro: se supone que una vez hemos  escuchado, la conciencia crítica nos  permitiría entender hasta qué punto  hemos sido reproductores de lógicas de  opresión y con ello facilita el proceso de  cambio. Pero desde luego, eso no es así. 

Aquí aparecen tres problemas: 

1. Otro gran problema con la  deconstrucción es que es interminable.  Las discusiones sobre la deconstrucción  masculina son eternas porque la  deconstrucción no tiene límite. Nunca  acaba. Nunca seremos lo suficientemente  conscientes de los ejes de miseria  patriarcal que nos atraviesan. Siempre hay  más. Y poner la completa deconstrucción  como el objetivo sine qua non para ser  “nueva masculinidad” (sea lo que sea eso)  es ridículo. Y eso es porque nunca habrá  suficiente deconstrucción ya que no  depende sólo de nosotros. Esto nos lleva  al tercer problema de la deconstrucción. 

Poner la completa  

deconstrucción como el  

objetivo sine qua non  

para ser “nueva  

masculinidad” es  

ridículo, porque nunca  

habrá suficiente  

deconstrucción ya que  

no depende sólo de  

nosotros 

2. La deconstrucción es auto-referencial  porque localiza la labor en el sujeto. El  proceso de deconstrucción se ha  individualizado de tal manera que incluso  se exige como responsabilidad política.  “Tu labor es la deconstrucción, macho”,  nos dicen. Pero eso convierte el problema  en un problema de individuos y no un  problema social. Y ya se sabe que  soluciones individuales a problemas 

colectivos no son la solución. La revisión  será colectiva y mutua o no será. Y para  eso queda aún mucho por hacer. Pero aun  así, aunque estemos muchos, nada  garantiza nada porque... 

3. La deconstrucción es, sencillamente,  insuficiente. En tanto mecanismo que  aporta información, la deconstrucción no  siempre arroja luz sobre los procesos de  cambio. Podemos deconstruir ciertas  posiciones para visibilizar privilegios, pero  sigue estando el problema que ya he  nombrado otras veces: ¿cómo cambiar  esos privilegios no es siempre tan fácil  como decirlo? Aunque sepamos qué  queremos cambiar no necesariamente  sabemos cómo. La falta de referentes, de  herramientas colectivas, de tradición o de  ideas de cuál es el modelo deseable hacia  el que nos podríamos encaminar dificulta  cualquier pasito. Sabemos muy bien qué  rasgos de la “masculinidad hegemónica”  no nos gustan pero, ¿sabríamos decir  cómo es ese supuesto “hombre nuevo”? El  silencio ante esta pregunta nos termina  agotando. 

Y eso, nuevamente, es porque no  depende solamente del sujeto. Hay  privilegios estructurales (laborales,  económicos, políticos) que no suelen  depender de la voluntad, hay privilegios  individuales (monopolizar el espacio, el  habla, el sexo) que no siempre son fáciles  de entender por uno mismo a menos que  nos lo señalen, y hay otros privilegios que  derivan de inseguridades o de carencias  emocionales que no siempre está dentro  de nuestro margen de acción poder  cambiar. Deconstruir es un primer paso.  Pero ¿sabemos cómo dar el siguiente? 

Más allá de la deconstrucción individual La noción de la deconstrucción se ha  vuelto insuficiente. Se ha entendido por tal  una labor moralista de hombres  cuestionándose individualmente. La  

deconstrucción nunca ha ido de sujetos  intentando ser mejores. La deconstrucción  va de entender de dónde y de qué  complejas formas surgen las relaciones de  desigualdad entre géneros y cómo estas  relaciones se encarnan en personas, pero  también en grupos, instituciones, políticas  y ciudades. No va de éticas individuales.  Va de dinámicas sociales. 

El trabajo individual es importante, desde  luego, pero un movimiento político no  puede basarse en una exigencia moralista  de ser “mejor persona”. Y  desgraciadamente, en muchos círculos de  masculinidades críticas, la reflexión parece  dirigirse hacia la individualización de la  culpa y la búsqueda de claves personales. 

La deconstrucción solo enseña cómo  están construidas las cosas. El  cambio es otra cosa, y vendrá a  través de una acción/reflexión  siempre colectiva, siempre política 

La deconstrucción no informa sobre cómo  cambiar. Solo enseña cómo están  construidas las cosas. El cambio es otra  cosa, y vendrá a través de una  acción/reflexión siempre colectiva,  siempre política. 

Centralizar los debates sobre la  masculinidad en la ultracoherencia  individualista en pos de una  deconstrucción plena es una labor  abocada al fracaso. No se trata de  perfeccionismos individualistas. Se trata  de procesos emancipatorios colectivos.  Por eso la obcecación en la deconstrucción  individual, si bien es necesaria para  comprender la forma en la que el  patriarcado se encarna, puede no  obstante hacernos perder de vista las  dinámicas materiales de desigualdad y sus  implicaciones de género. 

La deconstrucción es necesaria, sí. Pero  no es una panacea. Nunca se acaba en la 

revisión: sin esfuerzos por cambios  materiales y sin cambios colectivos en las  prácticas de género seremos expertos en  saber qué no nos gusta de nosotros pero  seremos estériles en nuestro compromiso  político.

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