TRABAJO PRÁCTICO N°3
APOLOGÍA DE SÓCRATES.
PRIMER DISCURSO.
Yo no sé, atenienses, la
impresión que habrá hecho en vosotros el discurso de mis acusadores. Con
respecto a mí, confieso que me he desconocido a mí mismo; tan persuasiva ha
sido su manera de decir. Sin embargo, puedo asegurarlo, no han dicho una sola
palabra que sea verdad.
Pero de todas sus calumnias, la
que más me ha sorprendido es la prevención que os han hecho de que estéis muy
en guardia para no ser seducidos por mi elocuencia.
Porque el no haber temido el
mentís vergonzoso que yo les voy a dar en este momento, haciendo ver que no soy
elocuente, es el colmo de la impudencia, a menos
no llamen elocuente al que dice la verdad. Si
es esto lo que pretenden, confieso que soy un gran orador; pero no lo soy a su
manera; porque, repito, no han dicho ni una sola palabra verdadera, y vosotros
vais a saber de
mi boca la pura verdad, no ¡por
Júpiterl en una arenga vestida de sentencias brillantes y palabras escogidas, como
son los discursos de mis acusadores, sino en un lenguaje sencillo y espontáneo;
porque descanso en la confianza
de que digo la verdad, y ninguno
de vosotros debe esperar otra cosa de mí. No sería propio de mi edad, venir,
atenienses, ante vosotros como un joven que hubiese preparado un discurso.
Por esta razón, la única gracia,
atenienses, que os pido es que cuando veáis que en mi defensa emplee términos y
maneras comunes, los mismos de que me he servido cuantas veces he conversado
con vosotros en la plaza
pública, en las casas de
contratación y en los demás sitios en que me habéis visto, no os sorprendáis,
ni os irritéis contra mí; porque es esta la primera vez en mi vida que comparezco
ante un tribunal de justicia, aunque cuento más de setenta años.Por lo pronto
soy extraño al lenguaje que aquí se habla. Y así como si fuese yo un
extranjero, me disimularíais que os hablase de la manera y en el lenguaje de mi
país, en igual forma exijo de vosotros, y creo justa mi petición, que no hagáis
aprecio de mi manera de hablar, buena ó mala, y que miréis solamente, con toda
la atención posible, si os digo cosas justas ó no, porque en esto consiste toda
la virtud del juez, como la del orador: en decir la verdad. Es justo que comience
por responder á mis primeros acusadores, y por refutar las primeras
acusaciones, antes de llegar á las últimas que se han suscitado contra mí. Porque
tengo muchos acusadores cerca de vosotros hace muchos años, los cuales nada han
dicho que no sea falso.
Temo más á estos que á Anito y
sus cómplices, aunque sean estos últimos muy elocuentes; pero son aquellos
mucho más temibles, por cuanto, compañeros vuestros en su mayor parte desde la
infancia, os han dado de mí muy malas noticias, y os han dicho, que hay un
cierto Sócrates, hombre sabio que indaga lo que pasa en los cielos y en las
entrañas de la tierra y que sabe convertir en buena, una mala causa.
Los que han sembrado estos falsos
rumores son mis más peligrosos acusadores, porque prestándoles oidos, lleganlos
demás a persuadirse que los hombres que se consagran
a tales indagaciones no creen en
la existencia de los dioses. Por otra parte, estos acusadores son en gran
número, y hace mucho tiempo que están metidos en esta trama. Os han prevenido
contra mí en una edad, que ordinariamente es muy crédula, porque erais niños la
mayor parte ó muy jóvenes cuando me acusaban ante vosotros en plena libertad,
sin que el acusado les contradijese ; y lo más injusto es que no me es
permitido conocer
ni nombrar á mis acusadores, á
excepción de un cierto autor de comedias. Todos aquellos que por envidia o por
malicia os han inoculado todas estas falsedades, y los que, persuadidos ellos
mismos, han persuadido a otros, quedan ocultos sin que pueda yo llamarlos ante vosotros
ni refutarlos; y por consiguiente, para defenderme, es preciso que yo me bata,
como suele decirse, con una sombra, y que ataque y me defienda sin que ningún adversario
aparezca. Considerad, atenienses, que yo
tengo que habérmelas con dos suertes de acusadores, como os he dicho los que me
están acusando ha mucho tiempo, y los que ahora me citan ante el tribunal; y
creedme, os lo suplico , es preciso que yo responda por lo pronto á los
primeros, porque son los primeros a quienes habéis oido y han producido en
vosotros más profunda impresión. Pues bien, atenienses, es preciso defenderse y
arrancar de vuestro espíritu, en tan corto espacio de tiempo,
una calumnia envejecida, y que ha
echado en vosotros profundas raíces. Desearla con todo mi corazón, que fuese en
ventaja vuestra y mia, y que mi apología pudiese servir para mi justificación.
Pero yo sé cuan difícil es esto,
sin que en este punto pueda
hacerme ilusión. Venga lo que los dioses quieran, es preciso obedecer a la ley
y defenderse.
Remontémonos, pues, al primer
origen dé la acusación, sobre la que he sido tan
desacreditado y que ha dado a Melito confianza para arrastrarme ante el
tribunal. ¿Qué decian mis primeros acusadores? Porque es preciso presentar en
forma su acusación, como si apareciese escrita y con los juramentos recibidos.
«Sócrates es un impío; por una curiosidad criminal quiere penetrar lo que pasa en
los cielos y en la tierra, convierte en buena una mala causa, y enseña á los
demás sus doctrinas. Hé aquí la acusación; ya la habeis visto en la comedia
de Aristófanes, en la
que se representa un cierto Sócrates, que dice, que se pasea por los aires y
otras extravagancias semejantes, que yo ignoro absolutamente; y esto no lo
digo, porque desprecie esta clase de conocimientos; si entre vosotros hay
alguno entendido en ellos (que Melito no me formule nuevos cargos por esta
concesión), sino que es sólo para haceros ver, que yo jamás me he mezclado en
tales ciencias, pudiendo poner por testigos a la mayor parte de vosotros.
Los que habéis conversado
conmigo, y que estáis aquí en gran número, os conjuro á que declaréis, si jamás
me oísteis hablar de semejante clase de ciencias ni de cerca ni de lejos; y por
esto conoceréis ciertamente, que en todos esos rumores que se han levantado
contra mí. no hay ni una sola palabra de verdad; y si alguna vez habéis oído, que
yo me dedicaba á la
enseñanza, y que exigía salario, es también otra falsedad. No es porque no
tenga por muy bueno el poder instruir a los hombres, como hacen Gorgias de
Leoncio, Prodico de Ceos é Hippias de Elea. Estos grandes personajes tienen el
maravilloso talento, donde quiera que vayan,
de persuadir ¿ los
jóvenes á que se unan á ellos, y abandonen sus conciudadanos, cuando podrían
estos ser sus maestros sin costarles un óbolo. Y no sólo les pagan la
enseñanza, sino que contraen con ellos una deuda de agradecimiento infinito. He
oído decir, que vino aquí un hombre de Paros, que es muy hábil; porque
habiéndome hallado uno de estos dias en casa de Calilas hijo de Hiponico,
hombre que gasta más con los sofistas que todos los ciudadanos juntos, me
dio gana de decirle,
hablando de sus dos hijos:—Calilas, si tuvieses por hijos dos potros ó dos
terneros, ¿no trataríamos de ponerles al cuidado de un hombre entendido, a quien
pagásemos bien, para hacerlos tan buenos y hermosos, cuanto pudieran serlo, y
les diera todas las buenas cualidades que debieran tener? ¿Y este hombre entendido
no debería ser un buen picador y un buen labrador? Y puesto que tú tienes por
hijos hombres, ¿qué maestro has resuelto darles? ¿Qué hombre conocemos que sea
capaz de dar lecciones sobre los deberes del hombre y del ciudadano? Porque no
dudo que hayas pensado en esto desde el acto que has tenido hijos, y conoces a alguno?—Sí,
me respondió Calilas.—¿Quién es, le repliqué, de dónde es, y cuánto lleva?—Es
Éveno, Sócrates, me dijo; es de Paros, y lleva cinco minas. Para lo sucesivo
tendré a Éveno por muy dichoso, si es cierto que tiene este talento y puede
comunicarlo á los demás. Por lo que á mí toca, atenienses, me llenaría de
orgullo y me tendría por afortunado, si tuviese esta cualidad, pero
desgraciadamente no la tengo. Alguno de vosotros me dirá quizá:—pero Sócrates,
¿qué es lo que haces? ¿De dónde nacen estas calumnias que se han propalado
contra tí? Porque si te has
limitado a hacer lo mismo que hacen los demás ciudadanos, jamás debieron
esparcirse tales rumores. Dinos, pues, el hecho de verdad, para que no formemos
un juicio temerario. Esta objeción me parece justa. Voy
á explicaros lo que tanto me ha desacreditado y ha hecho mi nombre tan famoso.
Escuchadme, pues. Quizá algunos de entre vosotros creerán que yo no hablo
seriamente, pero estad persuadidos de que no os diré más que la verdad, La reputación que yo haya podido
adquirir, no tiene otro origen que una cierta
sabiduría que existe en mí. ¿Cuál es esta
sabiduría? Quizá es una sabiduría puramente humana,
y corro el riesgo de no ser en otro concepto sabio, al
paso que los hombres de que acabo de hablaros, son sabios,
de una sabiduría mucho más que humana. Nada
tengo que deciros de esta última sabiduría, porque no
la conozco, y todos los que me la imputan, mienten, y
sólo intentan calumniarme. No os incomodéis, atenienses,
si al parecer os hablo de mí mismo demasiado ventajosamente;
nada diré que proceda de mí, sino que lo
atestiguaré con una autoridad digna de confianza. Por
testigo de mi sabiduría os daré al mismo Dios de Belfos, que os dirá si la tengo, y en qué consiste. Todos
conocéis a Querefon, mi compañero en la
infancia, como lo fué de la mayor parte de
vosotros, y que fué desterrado con vosotros, y
con vosotros volvió. Ya sabéis qué hombre era Querefon,
y cuan ardiente era en cuanto emprendía. Un dia,
habiendo partido para Delfos, tuvo el atrevimiento de
preguntar al oráculo (os suplico que no os irritéis de lo que voy a decir), si habia en el mundo un hombre
más sabio que yo; la Pythia le respondió, que
no habia ninguno. Querefon ha muerto, pero su
hermano, que está presente, podrá dar fe de
ello. Tened presente, atenienses , porque os
refiero todas estas cosas; pues es únicamente para
haceros ver de donde proceden esos falsos rumores, que
han corrido contra mí.
Cuando supe la respuesta del
oráculo, dije para mí; ¿Qué quiere decir el Dios? ¿Qué sentido ocultan estas
palabras? Porque yo sé sobradamente que en mí no existe semejante sabiduría, ni
pequeña, ni grande. ¿Qué quiere,
pues, decir, al declararme el más sabio de los
hombres? Porque él no miente. La Divinidad no puede mentir. Dudé largo tiempo
del sentido del oráculo, hasta que por último, después de gran trabajo, me
propuse hacer la prueba siguiente: —Fui a casa de uno de nuestros conciudadanos, que pasa
por uno d6 los más sabios de la ciudad. Yo creia, que allí mejor que en otra
parte, encontrarla materiales para rebatir al oráculo, y presentarle un hombre
más sabio que yo, por más que me hubiere declarado el más sabio de los hombres.
Examinando pues este hombre, de quien, baste deciros, que era uno de nuestros
grandes políticos, sin necesidad de descubrir su nombre, y conversando con él,
me encontré, con que todo el mundo le creia sabio, que él mismo se tenia por
tal, y que en realidad no lo era. Después de este descubrimiento me esforcé en
hacerle ver que de ninguna manera era lo que él creia ser, y hé aquí ya lo que
me hizo odioso á este hombre y á los amigos suyos que asistieron á la
conversación. Luego que de él me separé, razonaba conmigo mismo, y me decia:—Yo
soy más sabio que este hombrea Puede muy bien suceder, que ni él ni yo sepamos
nada de lo que es bello y de lo que es bueno; pero hay esta diferencia, que él
cree saberlo aunque no sepa nada, y yo, no sabiendo nada, creo no saber. Me
parece, pues, que en esto yo, aunque poco más, era mas sabio, porque no creia
saber lo que no sabia. Desde allí me fui
a casa de otro que se le tenia por más sabio que el anterior, me encontré con
lo mismo, y me granjeé nuevos enemigos. No por esto me desanimé-, fui en busca
de otros, conociendo bien que me hacia odioso, y haciéndome violencia, porque
temia los resultados; pero me parecía que debia, sin dudar, preferir á todas
las cosas la voz del Dios, y para dar con el verdadero sentido del oráculo, ir
de puerta en puerta por las casas de todos aquellos que gozaban de gran
reputación; pero j oh Dios!
hé aquí, atenienses, el fruto que
saqué de mis indagaciones, porque es preciso deciros la verdad; todos aquellos que
pasaban por ser los más sabios, me parecieron no serlo, al paso que todos
aquellos que no gozaban do esta opinión, los encontré en mucha mejor
disposición para serlo. Es preciso que acabe de daros cuenta de todas mis
tentativas, como otros tantos trabajos que emprendí para conocer el sentido del
oráculo. Después de estos grandes hombres de Estado me fui á
los poetas, tanto á los que hacen tragedias como
a los poetas ditirámbicos y otros, no dudando que con ellos
se me tomaría in fraganti, como suele decirse, encontrándome más
ignorante que ellos. Para esto examiné las obras suyas que me parecieron mejor
trabajadas, y les pregunté lo que querían decir, y cuál era su objeto, para que
me sirviera de instrucción. Pudor tengo, atenienses, en deciros la verdad; pero
no hay remedio, es preciso decirla. No hubo uno de todos los que estaban
presentes, incluso los mismos autores, que supiese hablar ni dar razón de sus
poemas. Conocí desde luego que no es la sabiduría la que guia a los poetas,
sino ciertos movimientos de la naturaleza y un entusiasmo semejante al de los
profetas y adivinos; que todos dicen muy buenas cosas, sin comprender nada de
lo que dicen. Los poetas me parecieron estar en este caso; y al mismo tiempo me
convencí, que a título de poetas se creían los más sabios en todas materias, sí
bien nada entendían. Les dejé, pues, persuadido que era yo superior á ellos,
por la misma razón que lo habla sido respecto a los hombres políticos. En fin,
fui en busca de los artistas. Estaba bien convencido de que yo nada entendía de
su profesión, que los encontraría muy capaces de hacer muy buenas cosas, y en
esto no podía engañarme. Sabían cosas que yo ignoraba, y en esto eran ellos más
sabios que yo. Pero, atenienses, los más entendidos entre ellos me parecieron
incurrir en el mismo defecto que los poetas, porque no hallé uno que, á título de
ser buen artista, no se creyese muy capaz y muy instruido en las más grandes
cosas ; y esta extravagancia quitaba todo el mérito a su habilidad. Me
pregunté, pues, á mí mismo, como si hablará por el oráculo, si querría más tal
como soy sin la habilidad de estas gentes,
igualmente sin su ignorancia, o bien tener la una y la otra y ser como
ellos < y me respondí a mismo y al oráculo, que era mejor para mí ser como
soy. De esta indagación, atenienses, han nacida contra mí todos estos odios y
estas enemistades peligrosas, que han producido todas las calumnias que sabéis,
y me han hecho adquirir el nombre de sabio; porque todos los que me escuchan
creen que yo sé todas las cosas sobre las que descubro la ignorancia de los
demás. Me parece, atenienses, que sólo Dios es el verdadero sabio, y que esto ha querido
decir por su oráculo, haciendo entender que toda la sabiduría humana so es gran
cosa, ó por mejor decir, que no es nada; y si el oráculo ha nombrado á Sócrates,
sin duda se ha valido de mi nombre como un ejemplo, y como si dijese á todos
los hombres: «el más sabio entre vosotros es aquel que reconoce, como Sócrates,
que su sabiduría no es nada. »
Convencido de esta verdad, para
asegurarme más y obedecer al Dios, continué mis indagaciones, no sólo entre nuestros
conciudadanos, sino entre los extranjeros, para ver si encontraba algún
verdadero sabio, y no habiéndole encontrado tampoco, sirvo de intérprete al
oráculo, haciendo ver todo el mundo, que ninguno es sabio. Esto me preocupa
tanto, que no tengo tiempo para dedicarme al servicio de la república ni al
cuidado de mis cosas, y vivo en una gran
pobreza a causa de este culto que rindo a Dios. (…)
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