El sombrero de copa
... lo único que
necesitamos para convertirnos en buenos filósofos es la capacidad de asombro...
Sofía dio por sentado
que la persona que había escrito las cartas anónimas volvería a ponerse en
contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a nadie sobre este
asunto. En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el
profesor; le parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia. ¿Por qué no
hablaba de lo que es el ser humano, o de lo que es el mundo y de cuál fue su
origen? Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y en
todas partes la gente se interesaba solo por cosas más o menos fortuitas. Pero
también había algunas cuestiones grandes y difíciles cuyo estudio era mucho más
importante que las asignaturas corrientes del colegio. ¿Conocía alguien las
respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al menos, le parecía más
importante pensar en ellas que estudiarse de memoria los verbos irregulares.
Cuando sonó la campana al terminar la última clase, salió tan deprisa del patio
que Jorunn tuvo que correr para alcanzarla. Al cabo de un rato Jorunn dijo: – ¿Vamos
a jugar a las cartas esta tarde? Sofía se encogió de hombros. –Creo que ya no
me interesa mucho jugar a las cartas. Jorunn puso una cara como si se hubiese
caído la luna. – ¿Ah, no? ¿Quieres que juguemos al badmington? Sofía mira
fijamente al asfalto y luego a su amiga. –Creo que tampoco me interesa mucho el
badmington. – ¡Pues vale! Sofía detectó una sombra de amargura en la voz de
Jorunn.
¿Me podrías decir entonces qué es lo que tan de repente es
mucho más importante? Sofía negó con la cabeza. –Es... es un secreto. – ¡Bah!
¡Seguro que te has enamorado! Anduvieron un buen rato sin decir nada. Cuando
llegaron al campo de fútbol, Jorunn dijo: –Cruzo por el campo. «Por el campo.
“Ese era el camino más rápido para Jorunn, el que tomaba sólo cuando tenía que
irse rápidamente a casa para llegar a alguna reunión o al dentista. Sofía se
sentía triste por haber herido a su amiga. ¿Pero qué podría haberle contestado?
¿Qué de repente le interesaba tanto quién era y de donde surge el mundo que no
tenía tiempo de jugar al badmington? ¿Lo habría entendido su amiga? ¿Por qué
tenía que ser tan difícil interesarse por las cuestiones más importantes y, de
alguna manera, más corrientes de todas? Al abrir el buzón notó que el corazón
le latía más deprisa. Al principio, solo encontró una carta del banco v unos
grandes sobres amarillos para su madre. ¡Qué pena! Sofía había esperado ansiosa
una nueva carta del remitente desconocido. Al cerrar la puerta de la verja,
descubrió su nombre en uno de los sobres grandes. Al dorso, por donde se abría,
ponía: Curso de filosofía. Trátese con mucho cuidado. Sofía corrió por el
camino de gravilla y dejó su mochila en la escalera. Metió las demás cartas
bajo el felpudo, salió corriendo al jardín y buscó refugio en el Callejón. Ahí
tenía que abrir el sobre grande. Sherekan vino corriendo detrás, pero no
importaba. Sofía estaba segura de que el gato no se chivaría. En el sobre había
tres hojas grandes escritas a máquina y unidas con un clip. Sofía empezó a
leer.
¿Qué es la filosofía?
Querida Sofía. Muchas
personas tienen distintos hobbies. Unas coleccionan monedas antiguas o sellos,
a otras les gustan las labores, y otras emplean la mayor parte de su tiempo
libre en la práctica de algún deporte. A muchas les gusta también la lectura.
Pero lo que leemos es muy variado. Unos leen sólo periódicos o cómics, a
algunos les gustan las novelas, y otros prefieren libros sobre distintos temas,
tales como la astronomía, la fauna o los inventos tecnológicos. Aunque a mí me
interesen los caballos o las piedras preciosas, no puedo exigir que todos los
demás tengan los mismos intereses que yo. Si sigo con gran interés todas las
emisiones deportivas en la televisión, tengo que tolerar que otros opinen que
el deporte es aburrido ¿Hay, no obstante, algo que debería interesar a todo el
mundo? ¿Existe algo que concierna a todos los seres humanos, independientemente
de quiénes sean o de en qué parte del mundo vivan? Sí, querida Sofía, hay
algunas cuestiones que deberían interesar a todo el mundo. Sobre esas cuestiones
trata este curso. ¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una
persona que se encuentra en el límite del hambre, la respuesta será comida. Si
dirigimos la misma pregunta a alguien que tiene frío, la respuesta será calor.
Y si preguntamos a una persona que se siente sola, la respuesta seguramente
será estar con otras personas. Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay
todavía algo que todo el mundo necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan
que el ser humano no vive sólo de pan. Es evidente que todo el mundo necesita
comer. Todo el mundo necesita también amor y cuidados. Pero aún hay algo más
que todo el mundo necesita. Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y
por qué vivimos. Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un
interés tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos. Quien
se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado por algo que ha
interesado a los seres humanos desde que viven en este planeta. El cómo ha
nacido el universo, el planeta y la vida aquí, son preguntas más grandes y más
importantes que quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos
de invierno. La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear algunas
preguntas filosóficas: ¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o
intención detrás de lo que sucede? ¿Hay otra vida después de la muerte? ¿Cómo
podemos solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo: ¿cómo debemos vivir? En
todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas de este tipo. No se
conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber quiénes son los
seres humanos y de dónde procede el mundo. En realidad, no son tantas las
preguntas filosóficas que podemos hacernos. Ya hemos formulado algunas de las
más importantes. No obstante, la historia nos muestra muchas respuestas
diferentes a cada una de las preguntas que nos hemos hecho. Vemos, pues, que
resulta más fácil hacerse preguntas filosóficas que contestarlas. También hoy
en día cada uno tiene que buscar sus propias respuestas a esas mismas
preguntas. No se puede consultar una enciclopedia para ver si existe Dios o si
hay otra vida después de la muerte. La enciclopedia tampoco nos proporciona una
respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora de formar nuestra propia
opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda leer lo que otros han
pensado. La búsqueda de la verdad que emprenden los filósofos podría
compararse, quizás, con una historia policíaca. Unos opinan que Andersen es el
asesino, otros creen que es Nielsen o Jepsen. Cuando se trata de un verdadero
misterio policíaco, puede que la policía llegue a descubrirlo algún día. Por
otra parte, también puede ocurrir que nunca lleguen a desvelar el misterio. No
obstante, el misterio sí tiene una solución. Aunque una pregunta resulte
difícil de contestar puede, sin embargo, pensarse que tiene una, y sólo una
respuesta correcta. O existe una especie de vida después de la muerte, o no
existe. A través de los tiempos, la ciencia ha solucionado muchos antiguos enigmas.
Hace mucho era un gran misterio saber cómo era la otra cara de la luna.
Cuestiones como ésas eran difícilmente discutibles; la respuesta dependía de la
imaginación de cada uno. Pero, hoy en día, sabemos con exactitud cómo es la
otra cara de la luna. Ya no se puede «creer que hay un hombre ella luna, o que
la luna es un queso. Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de
dos mil años pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres
humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir que las preguntas
filosóficas surgen por sí solas, opinaba él. Es como cuando contemplamos juegos
de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y
entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador
un par de pañuelos de seda blanca en un conejo vivo? A muchas personas, el
mundo les resulta tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un
conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío.
En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos
engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos.
Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es
trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando una parte
del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se saca del
sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco es
simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de
magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y
nos gustaría desvelar ese misterio. P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás
convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos
bichos minúsculos que vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero los
filósofos intentan subirse por encima de uno de esos fines pelillos para mirar
a los ojos al gran prestidigitador. ¿Me sigues, Sofía? Continúa. Sofía estaba
agotada. ¿Si le seguía? No recordaba haber respirado durante toda la lectura.
¿Quién había traído la carta? ¿Quién, quién? No podía ser la misma persona que
había enviado la postal a Hilde Møller Knag, pues la postal llevaba sello y
matasellos. El sobre amarillo había sido metido directamente en el buzón, igual
que los dos sobres blancos. Sofía miró el reloj. Sólo eran las tres menos
cuarto. Faltaban casi dos horas para que su madre volviera del trabajo. Sofía
salió de nuevo al jardín y se fue corriendo hacia el buzón. ¿Y si había algo
más? Encontró otro sobre amarillo con su nombre. Miró a su alrededor, pero no
vio a nadie. Se fue corriendo hacia donde empezaba el bosque y miró fijamente
al sendero. Tampoco ahí se veía un alma. De repente, le pareció oír el crujido
de alguna rama en el interior del bosque. No estaba totalmente segura, sería
imposible, de todos modos, correr detrás si alguien intentaba escapar. Sofía se
metió en casa de nuevo y dejó la mochila y el correo para su madre. Subió
deprisa a su habitación, sacó la caja grande donde guardaba las piedras bonitas,
las echó al suelo y metió los dos sobres grandes en la caja. Luego volvió al
jardín con la caja en los brazos. Antes de irse, sacó comida para Sherekan. De
vuelta en el Callejón, abrió el sobre y sacó varias nuevas hojas escritas a máquina.
Empezó a leer. Un ser extraño Aquí estoy de nuevo. Como ves, este curso de
filosofía llegará en pequeñas dosis. He aquí unos comentarios más de
introducción. ¿Dije ya que lo único que necesitamos para ser buenos filósofos
es la capacidad de asombro? Si no lo dije, lo digo ahora: LO ÚNICO QUE
NECESITAMOS PARA SER BUENOS FILÓSOFOS ES LA CAPACIDAD DE ASOMBRO. Todos los
niños pequeños tienen esa capacidad. No faltaría más. Tras unos cuantos meses,
salen a una realidad totalmente nueva. Pero conforme van creciendo, esa capacidad
de asombro parece ir disminuyendo. ¿A qué se debe? ¿Conoce Sofía Amundsen la
respuesta a esta pregunta? Veamos: si un recién nacido pudiera hablar,
seguramente diría Veamos: si un recién nacido pudiera hablar, seguramente diría
algo de ese extraño mundo al que ha llegado. Porque, aunque el niño no sabe
hablar, vemos cómo señala las cosas de su alrededor y cómo intenta agarrar con
curiosidad las cosas de la habitación. Cuando empieza a hablar, el niño se para
y grita «guau, guau» cada vez que ve un perro. Vemos cómo da saltos en su
cochecito, agitando los brazos y gritando «guau, guau, guau, guau». Los que ya
tenemos algunos años a lo mejor nos sentimos un poco agobiados por el
entusiasmo del niño. «Sí, sí, es un guau, guau», decimos, muy conocedores del
mundo, «tienes que estarte quietecito en el coche». No sentimos el mismo
entusiasmo. Hemos visto perros antes. Quizás se repita este episodio de gran
entusiasmo unas doscientas veces, antes de que el niño pueda ver pasar un perro
sin perder los estribos. O un elefante o un hipopótamo. Pero antes de que el
niño haya aprendido a hablar bien, y mucho antes de que aprenda a pensar
filosóficamente, el mundo se ha convertido para él en algo habitual. ¡Una pena,
digo yo! Lo que a mí me preocupa es que tú seas de los que toman el mundo como
algo asentado, querida Sofía. Para asegurarnos, vamos a hacer un par de
experimentos mentales, antes de iniciar el curso de filosofía propiamente.
Imagínate que un día estás de paseo por el bosque. De pronto descubres una pequeña
nave espacial en el sendero delante de ti. De la nave espacial sale un pequeño
marciano que se queda parado, mirándote fríamente. ¿Qué habrías pensado tú en
un caso así? Bueno, eso no importa, ¿pero se te ha ocurrido alguna vez pensar
que tú misma eres una marciana? Es cierto que no es muy probable que te vayas a
topar con un ser de otro planeta. Ni siquiera sabemos si hay vida en otros
planetas. Pero puede ocurrir que te topes contigo misma. Puede que de pronto un
día te detengas, y te veas de una manera completamente nueva. Quizás ocurra
precisamente durante un paseo por el bosque. Soy un ser extraño, pensarás. Soy
un animal misterioso. Es como si te despertaras de un larguísimo sueño, como la
Bella Durmiente. ¿Quién soy?, te preguntarás. Sabes que gateas por un planeta
en el universo. ¿Pero qué es el universo? Si llegas a descubrirte a ti misma de
ese modo, habrás descubierto algo igual de misterioso que aquel marciano que
mencionamos hace un momento. No sólo has visto un ser del espacio, sino que sientes
desde dentro que tú misma eres un ser tan misterioso como aquél. ¿Me sigues
todavía, Sofía? Hagamos otro experimento mental. Una mañana, la madre, el padre
y el pequeño Tomas, de dos o tres años, están sentados en la cocina
desayunando. La madre se levanta de la mesa y va hacia la encimera, y entonces
el padre empieza, de repente, a flotar bajo el techo, mientras Tomás se le
queda mirando. ¿Qué crees que dice Tomás en ese momento? Quizás señale a su
papá y diga: « ¡Papá está flotando!». Tomás se sorprendería, naturalmente, pero
se sorprende muy a menudo. Papá hace tantas cosas curiosas que un pequeño vuelo
por encima de la mesa del desayuno no cambia mucho las cosas para Tomás. Su
papá se afeita cada día con una extraña maquinilla, otras veces trepa hasta el
tejado para girar la antena de la tele, o mete la cabeza en el motor de un
coche y la saca negra. Ahora le toca a mamá. Ha oído lo que acaba de decir
Tomás y se vuelve decididamente. ¿Cómo reaccionará ella ante el espectáculo del
padre volando libremente por encima de la mesa de la cocina? Se le cae
instantáneamente el frasco de mermelada al suelo y grita de espanto. Puede que
necesite tratamiento médico cuando papá haya descendido nuevamente a su silla.
(¡Debería saber que hay que estar sentado cuando se desayuna!) ¿Por qué crees
que son tan distintas las reacciones de Tomás y las de su madre? Tiene que ver
con el hábito. (¡Toma nota de esto!) La madre ha aprendido que los seres
humanos no saben volar. Tomás no lo ha aprendido. El sigue dudando de lo que se
puede y no se puede hacer en este mundo. ¿Pero y el propio mundo, Sofía? ¿Crees
que este mundo puede flotar? ¿También este mundo está volando libremente? Lo
triste es que no sólo nos habituamos a la ley de la gravedad conforme vamos
haciéndonos mayores. Al mismo tiempo, nos habituamos al mundo tal y como es. Es
como si durante el crecimiento perdiéramos la capacidad de dejarnos sorprender
por el mundo. En ese caso, perdemos algo esencial, algo que los filósofos
intentan volver a despertar en nosotros. Porque hay algo dentro de nosotros
mismos que nos dice que la vida en sí es un gran enigma. Es algo que hemos sentido incluso
mucho antes de aprender a pensarlo. Puntualizo: aunque las cuestiones
filosóficas conciernen a todo el mundo, no todo el mundo se convierte en
filósofo. Por diversas razones, la mayoría se aferra tanto a lo cotidiano que
el propio asombro por la vida queda relegado a un segundo plano. (Se adentran
en la piel del conejo, se acomodan y se quedan allí para el resto de su vida.)
Para los niños, el mundo –y todo lo que hay en él- es algo nuevo, algo que
provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de los
adultos ve el mundo como algo muy normal. Precisamente en este punto los
filósofos constituyen una honrosa excepción. Un filósofo jamás ha sabido
habituarse del todo al mundo. Para él o ella, el mundo sigue siendo algo
desmesurado, incluso algo enigmático y misterioso. Por lo tanto, los filósofos
y los niños pequeños tienen en común esa importante capacidad. Se podría decir
que un filósofo sigue siendo tan susceptible como un niño pequeño durante toda
la vida. De modo que puedes elegir, querida Sofía. ¿Eres una niña pequeña que
aún no ha llegado a ser la perfecta conocedora del mundo? ¿O eres una filósofa
que puede jurar que jamás lo llegará a conocer? Si simplemente niegas con la
cabeza y no te reconoces ni en el niño ni en el filósofo, es porque tú también
te has habituado tanto al mundo que te ha dejado de asombrar. En ese caso
corres peligro. Por esa razón recibes este curso de filosofía, es decir, para
asegurarnos. No quiero que tú justamente estés entre los indolentes e
indiferentes. Quiero que vivas una vida despierta. Recibirás el curso
totalmente gratis. Por eso no se te devolverá ningún dinero si no lo terminas.
No obstante, si quieres interrumpirlo, tienes todo tu derecho a hacerlo. En ese
caso, tendrás que dejarme una señal en el buzón. Una rana viva estaría bien.
Tiene que ser algo verde también; de lo contrario, el cartero se asustaría
demasiado. Un breve resumen: se puede sacar un conejo blanco de un sombrero de
copa vacío. Dado que se trata de un conejo muy grande, este truco dura muchos
miles de millones de años. En el extremo de los finos pelillos de su piel nacen
todas las criaturas humanas. De esa manera son capaces de asombrarse por el
imposible arte de la magia. Pero conforme se van haciendo mayores, se adentran
cada vez más en la piel del conejo, y allí se quedan. Están tan a gusto y tan
cómodos que no se atreven a volver a los finos pelillos de la piel. Solo los
filósofos emprenden ese peligroso viaje hacia los límites extremos del idioma y
de la existencia. Algunos de ellos se quedan en el camino, pero otros se
agarran fuertemente a los pelillos de la piel del conejo y gritan a todos los
seres sentados cómodamente muy dentro de la suave piel del conejo, comiendo y
bebiendo estupendamente: –Damas y caballeros –dicen–. Flotamos en el vacío.
Pero esos seres de dentro de la piel no escuchan a los filósofos. – ¡Ah, qué
pesados! –dicen. Y continúan charlando como antes: –Dame la mantequilla. ¿Cómo
va la bolsa hoy? ¿A cómo están los tomates? ¿Has oído que Lady Di espera otro
hijo? Cuando la madre de Sofía volvió a casa más tarde, Sofía se encontraba en
un estado de shock. La caja con las cartas del misterioso filósofo se
encontraban bien guardadas en el Callejón. Sofía había intentado empezar a
hacer sus deberes, por lo que se quedó pensando y meditando sobre lo que había
leído. ¡Había tantas cosas en las que nunca había pensado antes! Ya no era una
niña, pero tampoco era del todo adulta. Sofía entendió que ya había empezado a
adentrarse en la espesa piel de ese conejo que se había sacado del negro
sombrero de copa del universo. Pero el filósofo la había detenido. –El, – ¿o
sería ella?– la había agarrado fuertemente y la había sacado hasta el pelillo
de la piel donde había jugado cuando era niña. Y ahí, en el extremo del
pelillo, había vuelto a ver el mundo como si lo viera por primera vez. El
filósofo la había rescatado; de eso no cabía duda. El desconocido remitente de
cartas la había salvado de la indiferencia de la vida cotidiana. Cuando su
madre llegó a casa, sobre las cinco de la tarde, Sofía la llevó al salón y la
obligó a sentarse en un sillón. – ¿Mama, no te parece extraño vivir? –empezó.
La madre se quedó tan aturdida que no supo qué contestar. Sofía solía estar
haciendo los deberes cuando ella volvía del trabajo. –Bueno –dijo–. A veces sí.
– ¿A veces? Lo que quiero decir es si no te parece extraño que exista un mundo.
–Pero, Sofía, no debes hablar así. – ¿Por qué no? ¿Entonces, acaso te parece el
mundo algo completamente normal? –Pues claro que lo es. Por regla general, al
menos. Sofía entendió que el filósofo tenía razón. Para los adultos, el mundo
era algo asentado. Se habían metido de una vez por todas en el sueño cotidiano
de la Bella Durmiente. – ¡Bah! Simplemente estás tan habituada al mundo que te
ha dejado de asombrar –dijo. – ¿Qué dices? –Digo que estás demasiado habituada
al mundo. Completamente atrofiada, vamos. –Sofía, no te permito que me hables
así. –Entonces, lo diré de otra manera. Te has acomodado bien dentro de la piel
de ese conejo que acaba de ser sacado del negro sombrero de copa del universo.
Y ahora pondrás las patatas a cocer, y luego leerás el periódico, y después de
media hora de siesta verás el telediario. El rostro de la madre adquirió un
aire de preocupación. Como estaba previsto, se fue a la cocina a poner las
patatas a hervir. Al cabo de un rato, volvió a la sala de estar y ahora fue
ella la que empujó a Sofía hacia un sillón. –Tengo que hablar contigo sobre un
asunto –empezó a decir. Por el tono de su voz, Sofía entendió que se trataba de
algo serio. – ¿No te habrás metido en algo de drogas, hija mía? Sofía se echó a
reír, pero entendió por qué esta pregunta había surgido exactamente en esta
situación. – ¡Estás loca! –dijo–. Las drogas te atrofian aún más. Y no se dijo
nada más aquella tarde, ni sobre drogas, ni sobre el conejo blanco
________________________________________________________
ASOMBRO: el primer asombro que recibimos en la vida es la muerte. Cuando uno toma conciencia de la muerte empieza a filosofar. Primero asistimos a la muerte de los otros, ya sea de forma potencial -por ejemplo pensar que pueden morir nuestros padres- o efectiva -cuando muere alguien cercano a nosotros.
Pero cuando se plantea en nuestra conciencia la muerte propia se convierte en algo "personal", allí es donde se produce el origen de la filosofía en cada uno de nosotros.
Esto marca una diferencia entre "repetir" y "pensar". Repetir es una actividad de alguna manera externa. No se arraiga en nuestra parte profunda. Pensar es hijo de la reflexión.
Para pensar:
UNO EMPIEZA A PENSAR LA VIDA CUANDO SE DA POR MUERTO.
La conciencia de la muerte nos convierte en vivientes. La certidumbre personal de la muerte nos humaniza, es decir, nos convierte en verdaderos humanos, en "mortales". Entre los griegos "humano" y "mortal" se decía con la misma palabra.
Las plantas y los animales no son mortales, porque no saben que van a morir, no saben que tienen que morir. Se mueren pero sin conocer nunca su vinculación individual, la de cada uno de ellos con la muerte.
Si la muerte no existiera habría mucho que ver y mucho tiempo para verlo pero muy poco que hacer y nada que pensar...no habría misterio.
Otro asombro es haber nacido.
¿por qué hay algo pudiendo no haber nada?
Ante estos interrogantes hay dos opciones:
- cierro todo y me voy a dormir la siesta.
- me angustio.
ANGUSTIA: es otro de los orígenes de la filosofía. La angustia no como simple tristeza sino como perplejidad ante lo inmenso: no decido ni mi nacimiento ni mi muerte.
DUDA: surge luego de comenzar a tomar conciencia del conocimiento ¿será verdad? ¿qué es la verdad? ¿conozco o creo conocer? ¿hay un afuera de mi mismo?
SITUACIÓN LÍMITE: Estamos siempre en situaciones. Las situaciones cambian, las ocasiones se suceden. Si éstas no se aprovechan, no vuelven más. Puedo trabajar por hacer que cambie la situación. Pero hay situaciones por su esencia permanentes, aún cuando se altere su apariencia momentánea y se cubra de un velo su poder sobrecogedor: no puedo menos de morir, ni de padecer, ni de luchar, estoy sometido al acaso, me hundo inevitablemente en la culpa. Estas situaciones fundamentales de nuestra existencia las llamamos situaciones límites. Quiere decirse que son situaciones de las que no podemos salir y que no podemos alterar. La conciencia de estas situaciones límites es, después del asombro y de la duda, el origen, más profundo aún, de la filosofía. En la vida corriente huímos frecuentemente ante ellas cerrando los ojos y haciendo como si no existieran. Olvidamos que tenemos que morir, olvidamos nuestro ser culpables y nuestro estar entregados al acaso. Entonces sólo tenemos que habérnoslas con las situaciones concretas, que manejamos a nuestro gusto y a las que reaccionamos actuando según planes en el mundo, impulsados por nuestros intereses vitales. A las situaciones límites reaccionamos, en cambio, ya velándolas, ya, cuando nos damos cuenta realmente de ellas, con la desesperación y la reconstitución: Llegamos a ser nosotros mismos en una transformación de la conciencia de nuestro ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario