LA MAYÉUTICA
PRIMER
PASO: LA REFUTACIÓN.
Su fin consiste en
mostrarle al interlocutor, al interrogarlo (mediante hábiles preguntas) que las
opiniones que el cree verdaderas y seguras son en realidad débiles o falsas,
contradictorias e incapaces de resistir a un verdadero examen de la razón. ES
UN MOMENTO DE DESTRUCCIÓN.
EL
TONO: LA IRONÍA.
Es el tono en que se
plantea el diálogo y la acción, consiste en interrogar fingiendo ignorancia.
Esta aparente falta de conocimiento es una excusa porque para formular las
preguntas y juzgarlas es necesario haber recorrido el camino antes.
PRIMER
ESTADO: LA PURIFICACIÓN.
Reconocer la propia
ignorancia es como purificarse, limpiarse de los preconceptos, de las nociones
erróneas. Paso necesario para encontrar la verdad.
SEGUNDO
PASO: LA MAYÉUTICA.
Es el momento positivo o
constructivo. Consiste en dar a luz la verdad que hay en cada uno de los
hombres.
EL
PUNTO DE LLEGADA: EL CONCEPTO.
El concepto es aquello que
tiene validez para todos y en todos los casos en que la cuestión se presenta.
Es lo que hace que la cosa sea lo que es y no otra.
EJEMPLO DE DIÁLOGO MAYÉUTICO. EXTRAÍDO DE LA APOLOGIA DE SÓCRATES
Pasemos
ahora a los últimos, y tratemos de responder a Melito, este hombre de bien, tan llevado, si hemos de
creerle, por el amor a la patria. Repitamos esta última acusación, como hemos
enunciado la primera. Hela aquí, poco más ó menos: Sócrates es culpable,
porque corrompe a los jóvenes, porque no cree en los dioses del Estado,
y porque en lugar de éstos pone divinidades nuevas.
Hé aquí
la acusación. La examinaremos punto por punto. Dice que soy culpable porque
corrompo la juventud; y yo, atenienses, digo que el culpable es Melito, en cuanto,
burlándose de las cosas serias, tiene la particular complacencia de arrastrar a
otros ante el tribunal, queriendo figurar que se desvela mucho por cosas por
las que jamás ha hecho ni el más pequeño sacrificio, y voy a probároslo.
Ven acá,
Melito, dime : ¿ha habido nada que te haya preocupado más que el hacer los
jóvenes lo más virtuosos posible?
MELITO.
Nada,
indudablemente.
SÓCRATES.
Pues
bien; di a los jueces cuál será el hombre que mejorará la condición de los
jóvenes. Porque no puede dudarse que tú lo sabes, puesto que tanto te ocupa
esta idea. En efecto, puesto que has encontrado al que los corrompe, y hasta le
has denunciado ante los jueces, es preciso que digas quién los hará mejores.
Habla; veamos quién es. Lo ves ahora, Melito; tú callas; estás perplejo , y no sabes
qué responder. ¿ Y no te parece esto vergonzoso ? ¿ No es una prueba cierta de
que jamás ha sido objeto de tu cuidado la educación de la juventud? Pero,
repito, excelente Melito, ¿quién es el que puede hacer mejores a los jóvenes?
MELITO.
Las
leyes.
SÓCRATES.
Melito,
no es eso lo que pregunto. Yo te pregunto quién es el hombre; porque es claro
que la primer cosa que este hombre debe saber son las leyes.
MELITO.
Son,
Sócrates, los jueces aquí reunidos.
SÓCRATES.
¡Cómo,
Melito! ¿Estos jueces son capaces de instruir a los jóvenes y hacerlos mejores?
MELITO.
Sí,
ciertamente.
SÓCRATES.
¿Pero son
todos estos jueces, ó hay entre ellos unos que pueden y otros que no pueden?
MELITO.
Todos
pueden. '
SÓCRATES.
Perfectamente,
¡por Juno! nos has dado un buen número de buenos preceptores. Pero pasemos
adelante. Estos oyentes que nos escuchan, ¿pueden también hacer los jóvenes
mejores, ó no pueden?
MELITO.
Pueden.
*
SÓCRATES.
¿Y los
senadores?
MELITO.
Los
senadores lo mismo.
SÓCRATES.
Pero, mi
querido Melito, todos los que vienen a las asambleas del pueblo ¿corrompen
igualmente a los jóvenes ó son capaces de hacerlos mejores?
MELITO.
Todos son
capaces.
SÓCRATES.
Se sigue
de aquí, que todos los atenienses pueden hacer los jóvenes mejores, menos yo ;
sólo yo los corrompo; ¿no es esto lo que dices?
MELITO.
Lo mismo.
SÓCRATES.
Verdaderamente,
¡buena desgracia es la mia! Pero continúa respondiéndome. ¿Te parece que
sucederá lo mismo con los caballos? ¿Pueden todos los hombres hacerlos mejores,
y que sólo uno tenga el secreto de echarlos a perder? ¿Ó es todo lo contrario
lo que sucede? ¿Es uno solo Ó hay un cierto número de picadores que puedan hacerlos
mejores? ¿Y el resto de los hombres, si se sirven de ellos, no los echan a
perder? ¿No sucede esto mismo con todos los animales? Sí, sin duda; ya
convengáis en ello Anito y tú ó no convengáis. Porque seria una gran fortuna y
gran ventaja para la juventud, que sólo hubiese un hombre capaz de corromperla,
y que todos los demás la pusiesen en buen camino. Pero tú has probado
suficientemente, Melito, que la educación de la juventud no es cosa que te haya
quitado el sueño, y tus discursos acreditan claramente, que jamás te has
ocupado de lo mismo que motiva tu acusación contra mí.
Por otra
parte te suplico ipor Júpiter! Melito, me respondas a esto.—Cuál es mejor,
¿habitar con hombres de bien ó habitar con picaros? Respóndeme, amigo mió; porque
mi pregunta no puede ofrecer dificultad. ¿No es cierto que los picaros causan
siempre mal á los que los tratan, y que los hombres de bien producen á los
mismos un efecto contrario?
MELITO.
Sin duda.
SÓCRATES.
Hay
alguno que prefiera recibir daño de aquellos con quienes trata a recibir
utilidad. Respóndeme, porque la ley manda que me respondas. ¿Hay alguno que
quiera más recibir mal que bien?
MELITO.
No, no
hay nadie.
SÓCRATES.
Pero
veamos; cuando me acusas de corromper la juventud y de hacerla más mala,
¿sostienes que lo hago con conocimiento ó sin quererlo?
MELITO.
Con
conocimiento.
SÓCRATES.
Tú eres
joven y yo anciano. ¿Es posible que tu sabiduría supere tanto a la mia, que
sabiendo tú que el roce con los malos causa mal, y el roce con los buenos causa
bien, me supongas tan ignorante, que no sepa que si convierto en malos los que
me rodean, me expongo á recibir mal, y que a pesar de esto insista y persista,
queriéndolo y sabiéndolo? En este punto, Melito, y no te creo ni pienso
que haya
en el mundo quien pueda creerte. Una de dos, o yo no corrompo a los jóvenes, ó
si los corrompo lo hago sin saberlo y a pesar mió, y de cualquiera manera que sea
eres un calumniador. Si corrompo á la juventud á pesar mió, la ley no permite
citar á nadie ante el tribunal por faltas involuntarias, sino que lo que quiere
es, que se llama aparte á los que las cometen, que se los reprenda, y que se
los instruya; porque es bien seguro, que estando instruido cesaría de hacer lo
que hago á pesar mió. Pero tú, con intención, lejos de verme é instruirme, me
arrastras ante este tribunal, donde la ley quiere que se cite a los que merecen
castigos, pero no a los que sólo tienen necesidad de prevenciones. Así,
atenienses, hé aquí una prueba evidente, como os decía antes, de que Melito jamás
ha tenido cuidado de estas cosas, jamás ha pensado en ellas.
Sin
embargo, responde aún, y dinos cómo corrompo a los jóvenes. ¿Es según tu
denuncia, enseñándoles á no reconocer los dioses que reconoce la patria, y
enseñándoles además á rendir culto, bajo el nombre de demonios, a otras
divinidades? ¿No es esto lo que dices?
MELITO.
Sí, es lo
mismo.
SÓCRATES.
Melito,
en nombre de esos mismos dioses de que ahora se trata, explícate de una manera
un poco más clara, por mí y por estos jueces, porque no acabo de comprender, si
me acusas de enseñar que hay muchos dioses, (y en este caso, si creo que hay
dioses, no soy ateo, y falta la materia para que sea yo culpable) ó si estos
dioses no son del Estado. ¿Es esto de lo que me acusas? ¿O bien me acusas de
que no admito ningún Dios, y que enseño a los demás a que no reconozcan
ninguno?
MELITO.
Te acuso
de no reconocer ningún Dios.
SÓCRATES.
iOh
maravilloso Melito! ¿por qué dices eso? ¡Qué! ¿Yo no creo como los demás
hombres que el sol y la luna son dioses?
MELITO.
No ipor
Júpiter! atenienses, no lo cree, porque dice que el sol es una piedra y la lona
una tierra.
SÓCRATES.
¿Pero tú
acusas a Anaxagoras, mi querido Melito? Desprecias los jueces, porque los crees
harto ignorantes, puesto que te imaginas que no saben que los libros de Anaxagoras
y de Clazomenes están llenos de aserciones de esta especie. Por lo demás, ¿qué
necesidad tendrían los jóvenes de aprender de mí cosas que podían ir á oir
todos los dias á la Orquesta, por un dracma á lo más? iMagnífica ocasión se les
presentaba para burlarse de Sócrates, si Sócrates se atribuyese doctrinas que
no son suyas y tan extrañas y absurdas por otra parte! Pero dime en nombre de
Júpiter, ¿pretendes que yo no reconozco ningún Dios?
MELITO.
Sí, ipor
Júpiter! tú no reconoces ninguno.
SÓCRATES.
Dices,
Melito, cosas increíbles, ni estás tampoco de acuerdo contigo mismo. A mi
entender parece, atenienses, que Melito es un insolente, que no ha intentado esta
acusación sino para insultarme, con toda la audacia de un imberbe, porque
justamente sólo ha venido aquí para tentarme y proponerme un enigma, diciéndose
á sí mismo:—Veamos, si Sócrates, este hombre que pasa por tan sabio, reconoce
que me burlo y que digo cosas que se contradicen, ó si consigo engañar, no sólo
á él, sino a todos los presentes. Efectivamente se contradice en su acusación,
porque es como si dijera: — Sócrates es culpable, cuanto no reconoce dioses
y en cuanto los reconoce.— Y no es esto burlarse? Así lo juzgo yo.
Seguidme, pues, atenienses, os lo suplico, y como os dije al principio
, no os
irritéis contra mí, si os hablo á mi manera ordinaria. Respóndeme, Melito. ¿Hay
alguno en el mundo que crea que hay cosas humanas y que no hay hombres? Jueces,
mandad que responda, y que no haga tanto ruido. ¿Hay quien crea que hay reglas
para enseñar á los caballos, y que no hay caballos? ¿Que hay tocadores de flauta,
y que no hay aires de flauta? No hay nadie, excelente Melito. Yo responderé por
tí si no quieres responder. Pero dlme: ¿ hay alguno que crea en cosas propias de
los demonios, y que, sin embargo , crea que no hay demonios ?
MELITO.
No, sin
duda.
SÓCRATES.
¡Qué trabajo ha costado arrancarte esta
confesión! Al cabo respondes , pero es preciso que los jueces te fuercen a ello.
¿Dices que reconozco y enseño cosas propias de los demonios? Ya sean viejas ó
nuevas, siempre es cierto por tu voto propio , que yo creo en cosas tocantes a
los demonios, y así lo has jurado en tu acusación. Si –creo en cosas
demoniacas, necesariamente creo en los demonios ; ¿no es así ? Sí, sin duda;
porque tomo tu silencio por un consentimiento. ¿Y estos demonios no estamos
convencidos de que son dioses ó hijos de -dioses? ¿Es así, sí ó nó?
MELITO.
Si.
SÓCRATES.
Por
consiguiente, puesto que yo creo en los demonios, según tu misma confesión, y
que los demonios son dioses , hé aquí la prueba de lo que yo decia, de que tu
nos proponías enigmas para divertirte a mis expensas, diciendo que no creo en
los dioses , y que , sin embargo, creo en los dioses, puesto que creo en los
demonios. Y si los demonios son hijos de los dioses, hijos bastardos, 'si se
quiere, puesto que se dice que han sido habidos de ninfas ó de otros seres
mortales, ¿quién es el hombre que' pueda creer que hay hijos de dioses , y que
no hay dioses? Esto es tan absurdo como creer que hay mulos nacidos de caballos
y asnos, y que no hay caballos ni asnos. Así, Melito, no puede menos de que
hayas intentado esta acusación contra mí , por sólo probarme , y a falta de
pretexto legítimo , por arrastrarme ante - el tribunal; porque a nadie que
tenga sentido común puedes persuadir jamás de que el hombre que cree que hay
cosas concernientes a los dioses y a los demonios , pueda cree, sin embargo,
que no hay ni demonios, ni dioses, ni héroes; esto es absolutamente imposible.
Pero no tengo necesidad de extenderme más en mi defensa, atenienses,
y lo que
acabo de decir basta para hacer ver que no soy culpable, y que la acusación de
Melito carece de fundamento. Estad persuadidos , atenienses, de lo que os dije
en un principio; de que me he atraído muchos odios, que esta es la verdad, y
que lo que me perderá, si sucumbo, no será ni Melito ni Ánito, será este odio,
esta envidia del pueblo que hace victimas a tantos hombres de bien, y que harán
perecer en lo sucesivo a muchos más; porque no hay que esperar que se
satisfagan con el sacrificio sólo de mi persona.
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