UNIDAD II. LOS
METODOS.
El que quiere ser filósofo necesitará hacerse como un niño
pequeño: admirarse.
Para Platón la primera virtud del
filósofo es admirarse. Ese asombro debe convertirse en pregunta, es decir, capacidad
para problematizar.
Sócrates es en realidad el primer
filósofo que nos habla de su método. Sócrates nos cuenta como filosofa.
Su método es la mayéutica:
interrogación y pregunta.
41. EL MÉTODO SOCRÁTICO: LA
REFUTACIÓN. (¿Para qué sirve la filosofía? D. Szrajnszrajber)
Hacer filosofía es en gran parte un ejercicio de refutación. Cuando Sócrates se enfrenta a sus contrincantes, dialoga minuciosamente con
ellos e intenta derribar uno a uno sus argumentos. Este juego con las palabras
supone todo el reglamento propio del lenguaje con sus diferentes normativas y
sus incorrecciones. En definitiva, las batallas dialécticas suponen el
funcionamiento de todo un sistema de reglas que definen quién está venciendo y
quién perdiendo, aunque muchas veces la realidad queda de lado. Claro que
Sócrates, supuestamente, se distinguía de los sofistas porque todo ese
dispositivo argumentativo estaba solamente destinado al hallazgo de la verdad.
Y por eso hay un aspecto en la labor socrática puramente disolvente, cuyo
objetivo no es otro que desenmascarar la pretensión de monopolio de la verdad
por parte de los que ostentan ser los dueños del saber de la época.
Desenmascarar en nombre de la verdad puede ser una manera de
repetir la misma impostura que se está cuestionando. Por eso hay un aspecto del
quehacer filosófico que se concentra únicamente en tomar los argumentos de los
que afirman una supuesta certeza, para ir viendo sus posibles contradicciones y
sus posibles absurdos. ¿Qué es el amor? (¿Por qué ni bien un beso me descoloca
ya empezamos a hablar del amor?) ¿Es un impulso sexual? ¿Una reacción química?
¿Una dimensión de trascendencia? ¿Un retazo del amor de Dios al mundo? ¿Una
manera de sobrevivir? Cualquiera de estas respuestas que podamos dar por
ejemplo a esta pregunta, podrá ser seguramente refutada. Como puede ser
refutada cualquier respuesta en la medida en que todo lo que decimos no es más
que una posible interpretación o construcción discursiva entre muchas otras.
Obviamente algunas correrán con mayor ventaja, pero aun en estos casos, siempre
se puede vislumbrar el horizonte de otro paradigma o plano o perspectiva desde
el cual articular una posible refutación. Si contesto la pregunta por el amor
desde la ciencia, se la puede refutar desde la religión. Si contesto la
pregunta por el amor desde el arte, se la puede refutar desde la psicología. El
problema es que no hay un espacio de convergencia común que pueda dar una
respuesta unívoca. Pero la cuestión mayor es que, lo haya o no lo haya, los que
siempre hay, sin personajes, fuerzas, clases, que hablan en nombre de ese
unívoco. Si alguien conoce la verdad, entonces todo el resto de las
afirmaciones que se dicen son claramente falsedades con cierto poder de
convencimiento. Y si la verdad no existe, entonces a la inversa, el deber de la
filosofía es ejercer una resistencia a través de la sospecha y la refutación
permanente de aquellos que se apropian de ella para sojuzgar al resto de las
interpretaciones posibles.
Refutar no es más que encontrar argumentos que derrumban el
argumento del otro. Pero no es tan simple. Se podría refutar desde el
autoritarismo que, aunque parezca una broma, muchas veces se aplica, en
especial por haberse borroneado bastante la línea que separa al que tiene
autoridad del que es autoritario. Este último necesita negar la voz del otro,
simplemente prohibiendo sus argumentos en nombre de cierta naturalidad
jerárquica del tipo: “te faltan años de estudio”, o “de este tema vos no sabés
nada”, o bien, “los jóvenes no tienen experiencia”, o bien, “tenés que haber
pasado por la experiencia para opinar”. Este tipo de refutación no tiene
validez pedagógica, que es lo que persigue Sócrates porque no genera en el
refutado ningún acto de aprendizaje. En todo caso, podría asumir su supuesta
inferioridad. Sacar su cuaderno de notas, anotar la información que le brindan
y aprendérsela de memoria. En la refutación, sin embargo, se busca otra cosa.
Por eso es directa. Se la lleva con ironía, palabra griega que significa
“disimulo”, casi como un rodeo, donde lo que se busca es que aquel que cree
saber, implote contra sí mismo haciendo estallar su conocimiento seguro en mil
pedazos. Para ello resulta más que necesario la utilización de la ironía en un
sentido amplio; esto es, como un camino por el cual en un diálogo vamos
llevando al futuro refutado a que por sí mismo vaya haciendo consciente sus
propios errores, o en todo caso sus propias zonas ambiguas. A través de
preguntas capciosas y debates que no parecen tener que ver con lo que se está
directamente discutiendo, es posible llevar al interlocutor a que incurra en
flagante contradicción o posiciones absurdas. Y en ese momento, en ese proceso,
va sintiendo el desmoronamiento de sus preconceptos casi sumido en una
vergüenza pedagógica, ya que comprende por sí mismo el origen de su
equivocación, o bien podríamos decir que asume sus argumentos pueden verse
tirados abajo por cualquier dispositivo argumentativo que sepa encontrar los
aires y fisuras que toda afirmación posee. En ese único momento se produce la
catarsis, un insight, la purga de todo “error”, el sacarse de encima aquellos
saberes infundados a partir de los cuales se asentaban la supuesta superioridad
de conocimientos. Se asume que no sabemos nada.
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